Cruzas de norte a sur mis pensamientos de vez en cuando, con descaro.
Llevas puestas las cuñas altas, los vaqueros rotos y un top ajustado. Vistes tu mejor sonrisa, la de niña buena, la de ángel pícaro que se coloca el pelo detrás de la oreja mientras baja la mirada al suelo. Y me miras, a lo lejos, desde la mitad de la calle, dejándome vislumbrar un tatuaje indescifrable de tu espalda.
No me muestras tu rostro, no me dices tu nombre, sólo dejas ver cómo tu sombra recorre mis eternas avenidas con un libro de Neruda y una rosa con espinas bajo el brazo. Dejas el perfume detrás de ti, la esencia de la libertad, la rebeldía de tus caderas al caminar, como miguitas de pan para que, en algún descuido, me agarres por detrás, me tapes los ojos y me acaricies el alma.
Esta noche te esperaré en la encrucijada, donde mi vida quiera dar un giro de noventa grados o acelerar sin mirar atrás, bailando solo, como los locos, al son que marquen los ruidosos pedazos de mi alma al chocar unos con otros.
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