miércoles, 18 de abril de 2018

Dos rombos

...ha decidido seguir mis huellas ensangrentadas, hacer como si no hubiera pasado nada, llamar a mi puerta, donde colgaba mi esquela, y preguntar si aún vivía allí. No le importaron los nidos de cuervos, ni el alambre de espino, ni los campos de minas, tampoco la oscuridad perpetua, el olor a cerrado, ni las decenas de botellines de Mahou cinco estrellas tirados por el salón. 

Abre la puerta y me encontra como otras tantas veces, en pantalón, frente al espejo, dudando sobre qué coño hacer con el pelo de mi barba. 

Me abraza por detrás, por debajo de mis hombros hacia arriba, y coloca su cabeza detrás, quizás para cercionarse de que no haya ningún impulso eléctrico. Después asoma la cabeza y sobre mi hombro y me susurra al oído una de esas mentiras que tanto me gustaba oír: "Te he echado de menos". 

Estallan en pompas verdes algunas de las mariposas vomitadas, otras, alicortadas, intenta trepar por el borde del lavabo, las menos, con un ala completa se suicidan intentando echar a volar. No hay mucho más que decir.

Una mano al cuello, la otra a las manos, y un beso mordido con rabia y lascivia, en los labios, mi mano bajando por tus senos, mi lengua rozando tu cuello. Te encorvas mientras te sigo recorriendo, el piercing de tu ombligo, un pellizco. Mi nueva habilidad de desabrochar tu falda con una mano, bajar la cremallera y palpar por dentro de tu tanga. Me miras a los ojos y exhalas. Sabes lo que va a pasar. Y no pestañeo. Índice y anular haciendo círculos por dentro, llamando a las puertas del cielo, antes de que se abran y salgan tus flujos. Otro beso, casi sádico, cuando se abre tu entrepierna, y tus ojos se cierran. 

Caen al suelo las vergüenzas, la falda, los miedos, los insultos, mis pantalones, tu tanga, las veces que nos hicimos daño sin querer. Te apoyas en el lavabo, frente al espejo. Yo me agacho, tú te inclinas, y me dejas hacer esas cosas que tanto nos gustaban, lengua, dedos, cavidades corporales, saliva y flujos, gritos y temblores, casi mareos. 

Después me incorporo, y te penetro, mis dedos a tu boca, la mano a tus caderas, tu culo hacia atrás. Empujas. Empujo. Nos miramos en el espejo, sin reconocernos pero sin parar, mi mano en tu pecho, con el sudor resbalando por cada centímetro cuadrado de nuestra piel de lobo, piernas abiertas, pezones duros, gemidos de placer, nombrar a Dios en las tres décimas de segundo anteriores a corrernos. Los temblores, la flojera de piernas, la paz inmensa de diez segundos al sentirnos vulnerables que desaparece cuando subes tu falda y yo decido seguir escrutando mi tez, pensando qué cojones hacer con mi barba. 



"Acércate despacio y cómeme deprisa que me sobra todo menos tu piel" (La desbandada)


viernes, 6 de abril de 2018

Alma

Sale del bar y suspira, mira a la luna mientras le da un trago a su gin tonic. Ha dejado la marca de sus labios en el borde de la copa, carmín rojo, del color más fuerte de las pasiones, del sexo más salvaje, de la sangre y los mordiscos en los besos, del polvo rápido frente al espejo del baño del bar, oscuro, donde  permanezco sentado.

Vuelve a mirar a la luna, y se enciende un cigarrillo, se coloca las gafas. Exhala y vacía el humo de sus pulmones, echándolo hacia arriba, y se frota la frente buscando la respuesta a sus porqués. Y sin querer le vienen los recuerdos, escondidos detrás del perfume de un desconocido que pasa por detrás. Vuelve a mirar a la luna, y esta vez ésta le devuelve la mirada, acariciándole la cara, con la ternura del que sabe que no hay marcha atrás. 

Mira su pitillo, intentando vislumbrar entre el humo un atisbo de futuro, un rescoldo rusiente de amor, una cara amiga, una follada con ternura, la delicadeza del sexo sucio sin tener que preocuparse por salir corriendo. 

Fuma.

Y se le acercan buitres vendiendo humo y poesía. Lo mira y lo ignora. Se gira, dejando al descubierto su costado tatuado, intentando enmascarar las laceraciones de los amores yermos, de las promesas vacías, de los futuros plenos de incertidumbre, sin saber que la cicatriz más profunda y hermosa es la que lleva oculta. La que tiene miedo a mostrar, la que a nadie deja intentar recomponer, la que lleva en lo más fondo del alma.

Bebe mientras sigue preguntándose si volverá a encontrarse a sí misma...
... en las huellas que dejé llenas de sangre después de que me arrancara el corazón...



Yo tan roto y tú tan descosida....

miércoles, 4 de abril de 2018

CCAVM

Y entre toda la muchedumbre del metro, la vi, y supe que era ella. Intercambiamos miradas, después una sonrisa. Me acerqué a hablar con ella. Sonreía mientras se acariciaba el pelo. Y en aquel momento, supe que era el amor de mi vida, que quería pasar la eternidad de mis días junto a ella. 

La verdad es que no fue así. 

Nos conocimos por Tinder. Quedamos a tomar un copa y echar un polvo, sin mucha más pretensión que quitarnos el estrés de una vida que nos ahogaba. Del bar a su piso, de su piso a la cama. Sudar, cambiar de posición, gritar, macharlo todo. Vestirse y marcharse sin despedirse, escudarse en que mañana trabajo y madrugo. Descuartizar cualquier atisbo de sentimiento y soterrarlo. Llegar a casa y buscar la siguiente cita sin haberme duchado, aún con su olor en mi piel. Escupirle al espejo el "yo no repito", "soy un espíritu libre", "no quiero ataduras", "no eres tú, soy yo...", hacerme más viejo, menos hombre y cortar el alma y el corazón en pequeños pedazos antes de ingerirla después de haberla regurgitado.

Una y otra vez.  Hasta que llega alguien que te abofetea la cara y hace que tiemblen los cimientos de tu materia gris, replanteándote tu vida, dispuesta a caminar por un sendero que finaliza en un banco donde contemplar el ocaso de tus días. 

"Él ya no está aquí, ni se le espera,
no hay noticias de su regreso, ni de su vida entera,
se marchó un día de otoño y murió en la carretera"
(Arri).



Éramos más de cerveza y rock and roll...