martes, 26 de diciembre de 2023

Capítulo III: Memento Mori: El corazón equino

- Creo que te excediste al contarle aquello a Flavio, Augvsto. No era necesario. Es sólo un niño.

- Es un niño que ingresará en la Legión. Que sea pequeño no quiere decir que tenga que ignorar cómo funciona el mundo. Debe endurecerse, ser consciente del ciclo de la vida. Vida y muerte. Los sacrificios, el dolor, la alegría, de todos y cada uno de los pasos que damos como humanos.

- Quizá es demasiado pronto para ello.

- Es el momento perfecto. Un niño debe aprender a convivir con la muerte como un elemento más de su vida. Protegerlo sólo lo hará débil y frágil, y ello hará que el mundo lo devore.

En ese momento se incorporó de la silla y se dirigió de nuevo a su nieto.

- Flavio, ven aquí. Me acompañarás a los establos donde hay una yegua a punto de parir.

- Sí, abuelo.

El niño agarró la mano de su abuelo y salieron de la estancia. Gaia se abrazó ambos codos, sintiendo un pequeño escalofrío por su cuerpo. Quizás su marido tuviese razón y los niños tendrían que convertirse en hombres, pero le inquietaba. El mismo amor que tenía por sus hijos se multiplicaba con sus nietos y puede que fuera eso lo que le hacía ver la realidad desde otra perspectiva.

Augvsto entró en los establos junto con su nieto. El olor a heno y a caballo, a estiércol seco y animal, las luces del otoño colándose por las rendijas de los maderos que configuraban aquella posta ampliada. Una escena idílica que sólo era interrumpida por el ruido de movimiento de una yegua albera que yacía en el suelo entre estertores parturientos.

El animal giró la cabeza ante ambos humanos, pidiendo casi ayuda. Tenía el torso muy hinchado y resoplaba con cierta resignación, sacudiendo la cabeza levemente. Debajo de su cola asomaban unas pezuñas, bajo ellas, un charco de líquido amniótico y un trozo de placenta. Flavio miró con cierta curiosidad y a la vez asco.  La yegua comenzó a empujar nuevamente y pareció asomar un hocico.

Augvsto, mientras tanto, se encontraba haciendo dos nudos en los extremos de una cuerda en forma de gaza corrediza.

- Átalos a las pezuñas Flavio.

El niño cogió la cuerda y se acercó a la yegua. Dio una arcada y le comenzaron a brillar los ojos. Su abuelo sonrió.

- Vamos, que no tenemos todo el día.

El muchacho se acercó de nuevo, y nuevamente volvió a sentir esa sensación de asco. Intentó no respirar mientras se agachaba y ataba las patas del potro con la cuerda que Augvsto le había dado.

- Métele los dedos en el hocico y quita lo que haya dentro.

El crío hizo una mueca de incredulidad y abrió nuevamente la boca intentando no vomitar. Entonces, aquel hocico que asomaba pareció moverse parcialmente y casi respirar.

- Bien, ahora tendremos que tirar cuando la yegua empuje para sacarlo. Así la ayudaremos a parir y se estresará menos.

Abuelo y nieto cogieron la cuerda y cuando el animal empujó, ellos tiraron fuertemente sacando la cabeza del potro. Otro empujón más y consiguieron sacarlo del todo. Augvsto se acercó para cerciorarse de que las vías aéreas del potrillo estaban libres y que respiraba. Lo arrastró hacia el hocico de la yegua y se quedó contemplando la escena. Sin embargo, el vientre de la yegua seguía estando hinchado. Él, se rascó el mentón, pensativo.

- Flavio, prepárate porque creo que aún no ha acabado.

Ambos se quedaron observando a la yegua y al potro. Era precioso, de color alazán y una mancha blanca en la frente en forma de aspa irregular. La madre se revolvió de nuevo y comenzó a empujar. De nuevo salieron dos cascos. Para entonces, el asco que había sentido el niño en ese primer momento se había disipado y agarró la cuerda de manera decidida. Augvsto miró y sonrió para sus adentros. Los niños aprenden rápido pero hay que tener el valor para enseñarlos. Nuevamente la yegua se retorció, haciendo fuerza, y de nuevo asomó un hocico blanco de su ser. Flavio liberó las fosas nasales y ató rápidamente las gazas a las pezuñas.

- Venga abuelo, ayúdame.

Ambos tiraron enérgicamente. Dos tirones más y el segundo potro estaba fuera. Esta vez había algo extraño en el animal. Augvsto se acercó para inspeccionarlo.

- ¿Has visto la pata trasera derecha, Flavio?

- No abuelo, ¿qué le pasa?

- Le falta una parte – dijo el anciano con pesadumbre a la vez que se pasaba la mano por el rostro. Acarició al animal con delicadeza y ternura, sabiendo que tendría que sacrificarlo.

- ¿Y qué le pasará abuelo?

- Un caballo cojo no puede valerse por sí mismo Flavio. Es inútil. No tiene ninguna función y acabará deforme al no poder moverse. Eso significa que habrá que sacrificarlo.

- Pero abuelo, y si…

- No hay peros Flavio –interrumpió súbitamente Augvsto. Sé que no te gusta, y, sin embargo, tendrás que sacrificarlo de igual modo. A veces, la mayor señal de respeto y de amor es no prolongar la agonía, en este caso, de un animal. Cuando crezcas, es posible que tengas que tomar decisiones arriesgadas, decisiones que no te gustaría tomar, decisiones que provocarán dolor pero que deben ser ejecutadas. Entonces, no me tendrás ni a mí, ni a tu padre a tu lado para aconsejarte.

El hombre se retiró al fondo de las cuadras, entrando en un cuarto donde se guardaban todos los útiles de equitación y de herraje. Rebuscó entre los aperos hasta que encontró el cuchillo que buscaba. Volvió hacia donde estaban la yegua y su nieto.

- Ahora tendrás que mostrar la piedad necesaria para no hacer sufrir y la fortaleza para actuar como un hombre de principios. No es agradable pero es necesario.

Augvsto le mostró el cuchillo a Flavio y se lo entregó. El muchacho temblaba. Se acercó al potrillo que yacía en el suelo, incapaz de levantarse.

- Acarícialo y despídete de él. La muerte no significa que tengas que mostrar desprecio por la vida, más bien al contrario. Debes estar dispuesto a sacrificar hasta la tuya si con ello consigues el bien común.

El chiquillo seguía temblando aunque agarraba el cuchillo con firmeza. Se acercó al animal y le acarició la frente suavemente. Aquella pequeña criatura pareció tranquilizarse y asumir el destino que tenía por delante. Resopló un par de veces ante las caricias de Flavio y cerró los ojos justo antes de tumbarse por completo, como ofreciéndole el mejor ángulo para atravesarle el pecho. Los ojos del niño se humedecieron, igual que los de su abuelo, y comprendió entonces la nobleza de los animales.

- Descansa pequeño amigo, pastarás en verdes praderas, beberás de arroyos puros, galoparas hacia un horizonte sin fin, hasta el que cielo se quede sin estrellas… - y atravesó el corazón del equino que simplemente, dejó de respirar. El pelaje blanco se tiñó de rojo y comenzó a supurar sangre.

El niño se incorporó, cabizbajo, con lágrimas cubriendo su rostro y se dirigió a su abuelo. El hombre lo abrazó, consolándolo y besándole la coronilla.

- Has hecho lo correcto. Ahora debes escoger un nombre para el potro alazán. Será tuyo, tendrás que domarlo y cuidarlo desde mañana.

- Caelum –dijo mientras se marchaba de las cuadras.

Augvsto siguió pensativo. Dudando si su nieto habría o no entendido lo que él le había querido enseñar: la muerte forma parte inherente de la vida, son realidades dicotómicas e inexorables. Ambas no pueden coexistir, ni existir a la vez, pero sin la presencia de una la otra es inexistente. La muerte nos muestra lo maravillosa que es la vida, nos prepara para las dificultades, nos duele, nos endurece, nos sana. Sin ese dolor que nos produce, nos envilece, nos transforma en tiranos, o en hombres débiles y maleables, cobardes y temerosos de la luz de un nuevo día. Él lo sabía. Los niños deben saber qué es la muerte y venerar la vida, cuanto antes lo aprendieran antes serían capaces de ver el mundo con la perspectiva correcta.