miércoles, 12 de agosto de 2020

Encrucijada

 He llegado al borde del camino, con los pies en carne viva, el pantalón roto y los nudillos sangrando. Tengo barro en la cara, mezcla de hollín y sudor. El pecho henchido y la cabeza a diez mil revoluciones por minuto...

Y en medio de esa vorágine, intento autoescindirme mentalmente. Como una de esas ranas que se diseccionan en las clases de biología, me desnudo intentando vislumbrar que subyace bajo la piel. Diseccionando cada emoción, cada gesto, cada palabra y cada sentimiento. Decoran la escena todas nuestras fotos, con una banda sonora de canciones extrañas que jamás escuché y que deja mi mente en blanco y sin encontrar ni una sola respuesta. 

Sigo en el borde del camino, y escucho pasos por detrás de unas Vans desgastadas. La brisa me trae los recuerdos de tu perfume y como si fuera un espejismo, espero que tus manos aprieten las mías... Sin conseguirlo.

Y sigo caminando.

lunes, 10 de agosto de 2020

Saigón

No confundas la serenidad que pueda transmitirte a simple vista, no creas los aparentes remansos de paz que adornen mi rostro, ni la templanza de mi voz, ni el pulso firme, ni el paso decidido. 

Por dentro llevo una guerra. Si miraras en mis ojos verías los horrores de Vietnam. Hay bombas, sonido de ametralladoras y de casquillos cayendo a suelo, huele a pólvora y a tierra mojada removida por la explosión de los morteros. Se oyen alaridos casi inhumanos a lo lejos, y el ruido de bombarderos dejando caer napalm arrasándolo todo, se divisa el humo, se rumia la tragedia. 

Todos llevamos una máscara que disfraza quiénes somos de cara a los demás, una máscara que solo dejamos quitarnos a algunos, nuestros confesores laicos, los de la birra y los abrazos.

Mi guerra interna lleva tu nombre. Desenterrando hachas de guerra. Dudando entre escribir o dejar espacio. Entre respirar o desaparecer. Mientras esa presión comprime el pecho y anuda la garganta, atenazando las entrañas, estrangulándome con manos invisibles, carcomiendo mi cerebro, haciendo que poco a poco se vayan diluyendo las emociones tras cada sorbo de cerveza, que tenga que recordar con fotos cada momento que ese dolor ha ido destruyendo minuto a minuto.



  

Gulaj

 Vivir de recuerdos o morir de olvidos. Hallarse en una encrucijada entre los senderos de la razón y del corazón, y verse abocado a tener que elegir, a saber que no se puede tener todo en esta vida. Escoger. Ser valiente o un kamikaze, tomar aire e impulso, cerrar los ojos, apretar los dientes y los puños... lanzarse al vacío.

Disfrutar de la caída mientras te despeñas por un agradable abismo. Un pozo sin fondo. Como  dejarse caer en el interior del Agujero Azul de Dean. Sentir la paz cuando el viento cimbrea tu pelo. No querer abrir los ojos, ni darse cuenta de que la muerte está a sólo unos centímetros.

Centímetros. Los de tu piel siendo recorrida por mis dedos. Los de la distancia que nos separaban cada noche. Aquellos que nos permitían compartir el mismo aliento, y casi el mismo sueño, y los mismos temores. Centímetros que se han tornado en kilómetros con el tiempo y la distancia, y las cagadas, con las cosas no dichas y las gritadas. 

Kilómetros que hacen que una ola de frío siberiano habite en mi pecho aunque fuera haya cuarenta grados a la sombra. Ahí dentro no hay cambio climático que valga, solo hielo y oscuridad, un cuartel de guerra en obras, destrozado con obuses de realidad, y silencio. Un silencio desolador como preludio al olor a sangre y a trozos de corazón esparcidos por el suelo.

Esta noche el vacío canta su serenata más dulce. La nuestra.


sábado, 8 de agosto de 2020

La nada

Desandar caminos perdiendo el norte para volver a encontrarse a uno mismo. Sentir cómo el aire se vuelve denso y cuesta respirar y cómo una jauría de sentimientos te destroza por dentro. Cada uno tira de una víscera desgarrando y dejando girones las entrañas de mi ser. Como una tormenta que se alimenta de rabia interna y de pensamientos redundantes que devanan mi cerebro. Una tempestad sin freno, un camino que recorrer mientras silban balas y llueven hostias de realidad. El desasosiego entrando en mi ser por cada uno de mis poros, el insomnio y las ojeras, volver a memorizar cada centímetro de techo. Buscar explicaciones o sinsentidos.

"Quizás sea lo mejor". La frase es tan recurrente como manida. Como la sal en la herida. Escuece y sana a partes iguales. Con el tiempo cura, a veces deja cicatriz, a veces no, pero siempre queda el recuerdo del dolor de que estuvo ahí. Ha vuelto esa sensación. La conozco bien. No la quiero. Ni tampoco quiero “lo mejor”. 

Surgen dudas y miedos. El dejà vú de estar de nuevo en el punto de partida una vez más y tener las ganas de levantarte gritando, lanzar la mesa hacia arriba junto con el tablero y los dados. Encolerizarse y no tener que dar explicaciones, aceptando la naturaleza humana como animal. O llegar al punto de la más profunda ataraxia y que te la sude absolutamente todo, celebrando, con una sonrisa, que sigues vivo. Me quedo con lo primero. 

El todo o nada. Vivir muriendo o morir viviendo. La mueca siniestra de un final inesperado. Los cantos de sirena o de olvido.

Lágrimas robadas que me engrasan las retinas,
Es muy duro darse cuenta que...” Versoix - Desorden.