miércoles, 21 de marzo de 2018

Armisticio

Conseguiste con una mirada y un guiño que soltara la lanza y el escudo, que se me cayeran los pantalones y el alma empezara a desconcharse. Que se me aceleraran los latidos cuando te acercaste, que se me hiciera un nudo en la garganta con palabras que no salían, que retomara una sensación de vértigo y que mi cerebro colapsara buscando una salida. 

Sí, me impusiste. No fueron los tres gin tonics los culpables de aquella sensación. Embriagado con tu perfume seguía sin entender qué hacías hablando con un tipo así, con el semblante de los locos, de descuido y de olor a jumera. 

Después, tu mano en mi costado, los labios susurrando cerca, la sonrisa pícara, irse a un rincón más apartado, mis manos temblando mientras recorrían tu cuerpo, estremeciéndose con cada caricia. Volvimos, por un momento, a ser dos adolescentes, reviviendo la edad del pavo más cerca de los treinta que de los dieciséis. 

Besos, pellizcos, mordiscos en el cuello, el corazón y el anular unidos haciendo prospección en tus cavidades, fluidos y gemidos. Un azote y un tirón de pelo, bocados en la espalda mientras te follo a cuatro patas. El placer inmenso de sentirme dentro de ti, de ver cómo tu cara se transforma mientras botas sobre mí. El pelo cayendo sobre ella, tapando casi tus pezones. Te muerdes el dedo, me miras, te toco, te excitas y chillas, nos corremos. 

Se apaga el fuego y caes rendida en mi pecho, temblando, como yo. 
Exhaustos. Libres. Jóvenes. Rescatándonos el uno al otro de la locura del mundo exterior, tan solo con una duda existencial: ¿Repetimos?


viernes, 9 de marzo de 2018

Días para la ira


Por las veces que nos quedamos a un palmo del triunfo y acabamos fracasando. Por la sal en las heridas. Por los pasos sin rumbo y los saltos hacia el abismo. Por la incertidumbre de los días, el correr de las horas, el caminar de los minutos y los segundos reptando por el suelo. Por lo que no verán tus ojos pero sí verán los míos. Por los dientes apretados y los nudillos estrellándose una y otra vez contra la pared. Por las jaquecas y el estrés. Por los gritos dados detrás de la almohada. Por las noches sin dormir, las pesadillas recurrentes y la sensación de vértigo en cada amanecer. Por el restallar del látigo de la realidad golpeando el alma, haciendo que saltaran pedazos. Por las voluntades quebradas y por aquellas que aguantaron estoicas en un mar de adversidades.

Ellas. Sólo ellas han visto todo lo que eres capaz de hacer. Ignorar el dolor, seguir caminando, no desistir, empujar más fuerte, más lejos, más alto… 

Agarrarle de la garganta a la vida y susurrarle al oído: “Hoy mando yo”.


"El mejor arquitecto de emociones sumido en la crisis del ladrillo" (Arri). 

lunes, 5 de marzo de 2018

Mística

De entre toda aquella barra, poblada de faunos nocturnos, de pobres diablos, de penas largas de traje y corbata, de realidades tan crudas que odian mirarse en el espejo, me escogió a mí.

Nunca supe por qué. Si fueron las violáceas ojeras, amplias hasta media cara, los pelos rebeldes de una baba descuidada, el leve olor a perfume de imitación o las gotas de mi alma deshecha golpeando el suelo. 

Se acercó como una esperanza vaga, de las que se transforman en brisa y de ésta, se transforma en huracán, en tormenta violenta. Me miró a los ojos y me dijo: “¿Qué pena te aterra marinero?”.

Rebosaba energía, brillo en los ojos, alegría en los labios. Olía a tierra mojada en verano, a los primeros rayos de sol despuntando el alba y tenía las formas de éstos cuando acarician las montañas.

“Estoy a un trago de hundirme en el abismo de tus ojos... para olvidarme de los demonios que habitan  en mi alma, los mismos que me comen vivo desde dentro”.

Sonrió y me acarició la barba, dejando su mano en mi cara y sentí una paz inmensa, un escalofrío agradable. Me invitó a una copa, me besó la boca, y me tocó el pecho. “Ven a mi casa y duerme conmigo”. 

Aquella noche no follamos, sólo hubo cuatro besos rezumando sexo contenido. Me recosté en su pecho, mientras me abrazaba y me besaba la frente y me atusaba el pelo, hasta que nuestros latidos se sincronizaron y me quedé dormido... y tras veinte lunas, mis demonios decidieron tomarse una noche libre. 




Fuimos dos encerrrados en cuatro paredes,
una pregunta, tres palabras, ¿tú me quieres?
cero respuestas, una flor que muere,
diez noches llorando por ti que todavía me debes
(Sin H - Nostalgia y frío III).