jueves, 27 de mayo de 2021

Estrella Polar

 Hay veces que es necesario perderse para volver a encontrarse. Caerse, para aprender a levantarse, sangrar despellejándose las manos o las rodillas. He buscado el norte, sin encontrarlo, ni con una aguja sobre una hoja en un charco. Sin brújula, sin estrella polar. Me busqué en la soledad más absoluta, en los posos del café, en un amanecer rusiente, en la luz de la luna rielando sobre todos y cada uno de mis pecados. En el reflejo del espejo, con mis ojeras y mis iris cansados. En las notas de una canción que me recordara a mi antiguo yo de hace años. En la espuma de la cerveza, en el rumor de los bares, en las piedras de hielo de la ginebra o en su amargor. Seguí buscándome. En una carretera aislada, en los pasos del corredor de fondo y hasta en la más absoluta oscuridad. 

Y sigo sin encontrarme. Y sigo sintiendo que me falta algo, como por dentro, como pedazos de alma descosida que el viento mece como la mojama. Y sigo intentando encontrar el modo de coserla, buscando en otros labios, en otras pieles, en otros cuerpos, en el sexo sin compromiso, en la saliva ajena, los pespuntes para que el viento no arranque los jirones que cuelgan del aljibe de mis sueños.


"...el amor no siempre gana y menos cuando es entre locos..." (Ambkor).


miércoles, 26 de mayo de 2021

Elm Street

No me cuesta reconocer que tengo miedos por superar y entre ellos está la noche. No le temo a la oscuridad, ni a los bandidos, ni a los ruidos, ni tampoco al vacío de mi cama que se viste de frío.

Solo le temo a intentar dormir y que aparezcas, como otras tantas noches en mis duermevelas, y que te acomodes en mi pecho pidiendo dormir. 



 

sábado, 15 de mayo de 2021

Vis a vis (I): Tennessee.

Una botella de Jack Daniels y dos vasos con hielo sobre una mesa cuadrada. Dos miradas que se mantienen, preguntándose, cada una, qué ocultan esos ojos que tienen enfrente. Dedos que repiquetean por la mesa, nerviosos. La botella se desprecinta, el licor se escancia, el aroma dulzón de Tennessee mientras se alza el vaso.
- Brindemos por esta noche, por el amor y el odio. ¡Salud! 

El amargor detrás del primer trago y el sonido del whisky deslizándose por el cristal de nuevo. 

Me miraba inquieta detrás de sus gafas de pasta, atusándose el pelo corto de vez en cuando. Esbozaba una sonrisa tímida y pícara a la vez, como la de las nínfulas adolescentes, a la vez que disparaba dardos envenenados en forma de preguntas sin retórica, directas al centro del pecho. Como una ruleta rusa jugada con cerbatanas, no puedo decir que saliera ileso, ni que los esquivara todos, sólo que con alguna de mis respuestas la hice reír. Hasta que llegó la pregunta incómoda y el punto de no retorno, cambió el semblante y carraspeó:
- Entonces, ¿qué es lo que buscas?
Titubeé mientras removía el hielo del vaso.
- Encontrarme a mí mismo...
Y se hizo un silencio incómodo y lleno de sentido.
- ... y recuperar la sonrisa y la alegría, y aprender a relativizar, y crecer, y explorar, y echar un polvo de los que hacen que se te encoja el alma y te tiemblen hasta las pestañas.
Ella sonrió y se ruborizó un poco. Le echó la culpa al whisky y soltó una carcajada. Se tapó media cara con una mano y agarró mi mano como por un acto reflejo, la apretó contra su cara y metió mi corazón en su boca lamiéndolo. Un instante de placer, la mirada traviesa, la libido irrumpiendo en la escena, y las llaves de casa a mano. No recuerdo si pagamos. Salimos corriendo, como quien huye de la muerte, entre risas de borrachos y mascarillas. 

Y cuando la risa se apagó, nos miramos, detrás del azul quirúrgico. Sólo los ojos. Estirar la goma y descolgar el epi. Vernos por completo. Acariciar el rostro, casi como una acto sanatorio y dejar que nuestros labios se juntaran. Del beso tímido, al pasional, sus manos rebuscaban entre mi ropa, reptaban por dentro, palpaban cada centímetro de mi piel. Una de las mías sostenía su cabeza mientras la otra se deslizaba por su espalda hasta su culo, y lo apretaba. La sangre se alborota y entre resoplidos, nos tocamos, su mano en mi miembro, la mía escarbando, encontrando fluidos y la llave de sus gemidos, mientras me susurraba al oído "No pares".






(To be continued...)


domingo, 2 de mayo de 2021

Castigo

Después del dolor hay un paso inequívoco, seguro e irracionalmente comprensible, el miedo. Como aquella canción de Extremoduro que comenzaba hablando sobre vértigo del punto muerto. Supongo que a todos nos pasa. No nos gusta ver que no avanzamos mientras el mundo no se detiene, cubierto de prisas, de dobles morales, de callejones sin salida, de absurdeces humanas. Quizás sea la crisis tardía de los 30 castigándome la espalda a latigazos mientas me insulta al oído. 

Cosa extraña el hombre... -diría Facundo Cabral-. 

Y la realidad es que sigo disfrutando con cosas livianas y austeras, escuchando el nuevo disco del Robe, mirando a través de la ventana mientras llueve o tomando un gin-tonic en una terraza. Sin embargo sigo echando de menos y a la vez de más. El exceso de libertad se mezcla con la apatía de los domingos por la tarde. Quizás tendría que follar más y pensar menos. Encontrar en otros labios y otros cuerpos el sabor de la libertad. Volver a buscar una chispa en un cruce de miradas, una boca que se muerde y una mano que aprieta nerviosa los vuelos del vestido. Un guiño y una sonrisa pícara. Un polvo en un lavabo, un calentón en un ascensor, el repiqueteo del cabecero de la cama. Un tour por un cuerpo desnudo, dedos que exploran grutas, lenguas bailando tangos suicidas antes de dedicarse al más sucio sexo oral. Las gotas de sudor chorreando por la espalda y por la cara, una mano que oprime la garganta mientras la otra pellizca un pezón. Un grito ahogado, un orgasmo o un alarido, el temblor de piernas y las sábanas empapadas, el agotamiento parcial y el resuello extinto. El olor de fluidos que vuelve el aire denso. 

Y brotará la frase maldita: "Quédate esta noche, quédate conmigo...".


"Y dejo las canciones sin final, porque no puedo saber cómo acaba el cuento..." (Robe).