martes, 22 de diciembre de 2020

Ma' Pein

 Relativizar. Quitarle hierro al asunto. Hacer un chiste de un problema. Pensar que tu "yo" del futuro ya se encargará de arreglarlo todo cuando llegue el momento. Hacer cábalas, castillos de arena y torres de naipes. 

Ningún atajo evitará llegar a un cruce, al momento de decidir, de elegir. Escoger. Tomar una decisión. Aunque sea una huida hacia adelante, un salto al vacío, una encomienda al olvido. 

Dicen que ninguna mar en calma hizo buenos marineros. Que se reservan las peores batallas a los mejores soldados. Que solo algunos están lo suficientemente preparados. Que cuando llueve los pajarillos se mojan y las águilas vuelan por encima de las nubes. Un sinfín de frases de mierda para justificar el dolor.

Porque el esfuerzo y el sacrificio lleva implícito el dolor dentro de su definición, aplicándose con más o menos fervor dependiendo del momento. Y duele -claro que duele-. Porque está en la naturaleza del ser humano. No de todos pero sí de unos pocos. Es un dolor soportable, y en parte, ciertamente adictivo. No sé muy bien por qué. Quizás por la sensación de placer cuando se acaba, quizás por la compañía que te hace o porque te recuerda que sigues vivo. 

Ninguna explicación te llevará a comprenderlo, ni te aliviará. Porque el dolor hay que vivirlo, y sentirlo. En ocasiones abrazarlo tan fuertemente que atraviese la piel y a veces desterrarlo al más oscuro de los callejones de la memoria. Y allí es donde el dolor conoció al miedo y a la tristeza, y crearon un alter ego con pinceladas de locura e incomprensión y cucharadas de rabia. Donde éste se bautizó con la sangre de los nudillos descargados de golpear a la pared. Donde nació el último samurái. 



"El mundo se cae sobre mi pecho, que pena me da tener seguir sonriendo" -(Kaze)





sábado, 21 de noviembre de 2020

Pandemic

 Si supiera que mañana fuera a morir cambiaría muchas cosas. Viviría más intensamente, reiría más, perdonaría antes, me enfadaría menos, olvidaría en menos tiempo, escucharía otra vez aquella canción, me tomaría otra cerveza, eructaría en público y mandaría a tomar por culo a más de uno.

Pero esa percepción aún no la tengo. Sé que mañana amanecerá, que volveré a despertarme y el mundo seguirá girando, imperturbable a los ojos del profano. Aún no tengo la sensación de que la parca se aproxime con su capa negra y su mano blanca, a arrebatarme todo lo que tengo.

Quizás si fuera así, valoraría más las cosas, me centraría en lo importante. Los abrazos fuertes, el entrelazar las manos, los besos con vino, bailar y cantar con la música bien alta, un café humeante con un trozo de tarta o un chuletón con patatas fritas. 

Tal vez lo que nos haga falta es un susto para recordar. O que una pandemia mundial te toque de cerca.



sábado, 17 de octubre de 2020

Momo

Soy un niño vagabundo y harapiento que sigue a una tortuga anciana que habla a través de su caparazón. Muestra a cada una de mis preguntas una respuesta inconclusa escrito con sangre, mirándome con un hálito de compasión y displacencia. 

Caminamos por calles extrañas, atestadas de gente, en la más absoluta soledad, a excepción suya. Como si nadie nos viera. Invisibles para toda la humanidad. Ilustres ignorantes de los problemas mundanos de la sociedad. Aislados del ruido, inmersos en el humo de los coches, en los desastres de la pandemia, en los mares de mascarillas de colores y de distancia social. 

Casiopea, se llama, por cierto.

Me gustaría saber dónde me guía, y a veces dudo si ella misma lo sabe. Hemos atravesado calles oscuras, zonas empobrecidas y barrios lujosos, grandes avenidas, distritos que parecen ciudades, hemos estado en las peores situaciones y siempre hemos salido vivos. Es una brújula externa con quien tengo una conexión especial. 

Y ahora nos adentramos, una vez más, en la más absoluta oscuridad...





miércoles, 12 de agosto de 2020

Encrucijada

 He llegado al borde del camino, con los pies en carne viva, el pantalón roto y los nudillos sangrando. Tengo barro en la cara, mezcla de hollín y sudor. El pecho henchido y la cabeza a diez mil revoluciones por minuto...

Y en medio de esa vorágine, intento autoescindirme mentalmente. Como una de esas ranas que se diseccionan en las clases de biología, me desnudo intentando vislumbrar que subyace bajo la piel. Diseccionando cada emoción, cada gesto, cada palabra y cada sentimiento. Decoran la escena todas nuestras fotos, con una banda sonora de canciones extrañas que jamás escuché y que deja mi mente en blanco y sin encontrar ni una sola respuesta. 

Sigo en el borde del camino, y escucho pasos por detrás de unas Vans desgastadas. La brisa me trae los recuerdos de tu perfume y como si fuera un espejismo, espero que tus manos aprieten las mías... Sin conseguirlo.

Y sigo caminando.

lunes, 10 de agosto de 2020

Saigón

No confundas la serenidad que pueda transmitirte a simple vista, no creas los aparentes remansos de paz que adornen mi rostro, ni la templanza de mi voz, ni el pulso firme, ni el paso decidido. 

Por dentro llevo una guerra. Si miraras en mis ojos verías los horrores de Vietnam. Hay bombas, sonido de ametralladoras y de casquillos cayendo a suelo, huele a pólvora y a tierra mojada removida por la explosión de los morteros. Se oyen alaridos casi inhumanos a lo lejos, y el ruido de bombarderos dejando caer napalm arrasándolo todo, se divisa el humo, se rumia la tragedia. 

Todos llevamos una máscara que disfraza quiénes somos de cara a los demás, una máscara que solo dejamos quitarnos a algunos, nuestros confesores laicos, los de la birra y los abrazos.

Mi guerra interna lleva tu nombre. Desenterrando hachas de guerra. Dudando entre escribir o dejar espacio. Entre respirar o desaparecer. Mientras esa presión comprime el pecho y anuda la garganta, atenazando las entrañas, estrangulándome con manos invisibles, carcomiendo mi cerebro, haciendo que poco a poco se vayan diluyendo las emociones tras cada sorbo de cerveza, que tenga que recordar con fotos cada momento que ese dolor ha ido destruyendo minuto a minuto.



  

Gulaj

 Vivir de recuerdos o morir de olvidos. Hallarse en una encrucijada entre los senderos de la razón y del corazón, y verse abocado a tener que elegir, a saber que no se puede tener todo en esta vida. Escoger. Ser valiente o un kamikaze, tomar aire e impulso, cerrar los ojos, apretar los dientes y los puños... lanzarse al vacío.

Disfrutar de la caída mientras te despeñas por un agradable abismo. Un pozo sin fondo. Como  dejarse caer en el interior del Agujero Azul de Dean. Sentir la paz cuando el viento cimbrea tu pelo. No querer abrir los ojos, ni darse cuenta de que la muerte está a sólo unos centímetros.

Centímetros. Los de tu piel siendo recorrida por mis dedos. Los de la distancia que nos separaban cada noche. Aquellos que nos permitían compartir el mismo aliento, y casi el mismo sueño, y los mismos temores. Centímetros que se han tornado en kilómetros con el tiempo y la distancia, y las cagadas, con las cosas no dichas y las gritadas. 

Kilómetros que hacen que una ola de frío siberiano habite en mi pecho aunque fuera haya cuarenta grados a la sombra. Ahí dentro no hay cambio climático que valga, solo hielo y oscuridad, un cuartel de guerra en obras, destrozado con obuses de realidad, y silencio. Un silencio desolador como preludio al olor a sangre y a trozos de corazón esparcidos por el suelo.

Esta noche el vacío canta su serenata más dulce. La nuestra.


sábado, 8 de agosto de 2020

La nada

Desandar caminos perdiendo el norte para volver a encontrarse a uno mismo. Sentir cómo el aire se vuelve denso y cuesta respirar y cómo una jauría de sentimientos te destroza por dentro. Cada uno tira de una víscera desgarrando y dejando girones las entrañas de mi ser. Como una tormenta que se alimenta de rabia interna y de pensamientos redundantes que devanan mi cerebro. Una tempestad sin freno, un camino que recorrer mientras silban balas y llueven hostias de realidad. El desasosiego entrando en mi ser por cada uno de mis poros, el insomnio y las ojeras, volver a memorizar cada centímetro de techo. Buscar explicaciones o sinsentidos.

"Quizás sea lo mejor". La frase es tan recurrente como manida. Como la sal en la herida. Escuece y sana a partes iguales. Con el tiempo cura, a veces deja cicatriz, a veces no, pero siempre queda el recuerdo del dolor de que estuvo ahí. Ha vuelto esa sensación. La conozco bien. No la quiero. Ni tampoco quiero “lo mejor”. 

Surgen dudas y miedos. El dejà vú de estar de nuevo en el punto de partida una vez más y tener las ganas de levantarte gritando, lanzar la mesa hacia arriba junto con el tablero y los dados. Encolerizarse y no tener que dar explicaciones, aceptando la naturaleza humana como animal. O llegar al punto de la más profunda ataraxia y que te la sude absolutamente todo, celebrando, con una sonrisa, que sigues vivo. Me quedo con lo primero. 

El todo o nada. Vivir muriendo o morir viviendo. La mueca siniestra de un final inesperado. Los cantos de sirena o de olvido.

Lágrimas robadas que me engrasan las retinas,
Es muy duro darse cuenta que...” Versoix - Desorden.

domingo, 12 de julio de 2020

Hameln

Bastan tres acordes de una guitarra vieja y sucia para hacer salir de mis adentros todos los demonios. Ordenados. En fila de a uno. A cada cuál más hijo de puta. Con nombres y apellidos. Empuñando enseres afilados y rusientes que apestan a sangre seca, que silban con metálico estertor todas y cada una de las puñaladas que he ido encajando por dentro. 

Salen de mí como un encantador de serpientes obnubila a los reptiles. Como el flautista de Hamelín, caminan en una turba, riendo jocosamente, disfrutan viendo la sangre goteando, lamiendo los filos de los cuchillos con los que cercenaron las alas plúmbeas que adornaban mi espalda. 

Son mis miedos y uno a uno, los conozco.
Son mis odios y uno a uno, los conozco. 
Son mis vanidades y una a una, las conozco.

Ahora vístete de cielo encapotado y amenazante, abrázame como la tormenta alborotando mis cabellos, llueve sobre mí haciendo que toda la ponzoña se diluya sobre mi piel y caiga al suelo quedando limpio mi ser. Fúndete conmigo, y seamos huracán. Arrasemos cada centímetro de tierra sin dejar nada para los restos, y después de todo, no tengas miedo a pasear desnuda por cada uno de los rincones de mi vida.

"Diles que yo nunca seré uno más en un triste cementerio..." (Martín Romero).



domingo, 19 de abril de 2020

Treinta



El avance inexorable de tiempo, las arrugas en la cara, como las ojeras, oscuras, intempestivas y permanentes, dando igual que duermas cuatro o diez horas.

Las tres decenas están llamando a la puerta de una casa confinada, de la que sólo se sale para lo indispensable, donde los sueños tienen cadenas y la realidad pesa como un yugo.

Será verdad eso que te haces viejo y sabio a la vez, y empiezas a apreciar lo etéreo de la vida. O será el puto covid, qué se yo. Lo que en realidad constato es que tengo la barba más larga y menos pelo, y que una procesionaria de canas empieza a cubrirme el cabello y la barba. Antes decía que eran pelos muy rubios, casi chernobílicos, pero la verdad es que no y tampoco quiero ocultarlo.

Ya haré planes de futuro cuando en ocho días vengan las moiras a pedirme cuentas, y pagaré con tarjeta porque ahora mismo no llevo nada suelto.

Mientras tanto, alternaré el solarium del mediodía con las piernas colgando por fuera del balcón, con las tardes de reflexión en mi plenitud vital, mirando desde la ventana, dibujando con los barrotes que la cubren una utopía que indique el fin del confinamiento...

Ahora la miro y sonrío. Es ella. Está a mi lado y duerme, o eso finge. Me doy cuenta de lo afortunado que soy de compartir la vida, y de esperar juntos que vengan los treinta.


Regalo per 30 anni: idee e consigli per uomo e donna