domingo, 12 de julio de 2020

Hameln

Bastan tres acordes de una guitarra vieja y sucia para hacer salir de mis adentros todos los demonios. Ordenados. En fila de a uno. A cada cuál más hijo de puta. Con nombres y apellidos. Empuñando enseres afilados y rusientes que apestan a sangre seca, que silban con metálico estertor todas y cada una de las puñaladas que he ido encajando por dentro. 

Salen de mí como un encantador de serpientes obnubila a los reptiles. Como el flautista de Hamelín, caminan en una turba, riendo jocosamente, disfrutan viendo la sangre goteando, lamiendo los filos de los cuchillos con los que cercenaron las alas plúmbeas que adornaban mi espalda. 

Son mis miedos y uno a uno, los conozco.
Son mis odios y uno a uno, los conozco. 
Son mis vanidades y una a una, las conozco.

Ahora vístete de cielo encapotado y amenazante, abrázame como la tormenta alborotando mis cabellos, llueve sobre mí haciendo que toda la ponzoña se diluya sobre mi piel y caiga al suelo quedando limpio mi ser. Fúndete conmigo, y seamos huracán. Arrasemos cada centímetro de tierra sin dejar nada para los restos, y después de todo, no tengas miedo a pasear desnuda por cada uno de los rincones de mi vida.

"Diles que yo nunca seré uno más en un triste cementerio..." (Martín Romero).