domingo, 19 de abril de 2020

Treinta



El avance inexorable de tiempo, las arrugas en la cara, como las ojeras, oscuras, intempestivas y permanentes, dando igual que duermas cuatro o diez horas.

Las tres decenas están llamando a la puerta de una casa confinada, de la que sólo se sale para lo indispensable, donde los sueños tienen cadenas y la realidad pesa como un yugo.

Será verdad eso que te haces viejo y sabio a la vez, y empiezas a apreciar lo etéreo de la vida. O será el puto covid, qué se yo. Lo que en realidad constato es que tengo la barba más larga y menos pelo, y que una procesionaria de canas empieza a cubrirme el cabello y la barba. Antes decía que eran pelos muy rubios, casi chernobílicos, pero la verdad es que no y tampoco quiero ocultarlo.

Ya haré planes de futuro cuando en ocho días vengan las moiras a pedirme cuentas, y pagaré con tarjeta porque ahora mismo no llevo nada suelto.

Mientras tanto, alternaré el solarium del mediodía con las piernas colgando por fuera del balcón, con las tardes de reflexión en mi plenitud vital, mirando desde la ventana, dibujando con los barrotes que la cubren una utopía que indique el fin del confinamiento...

Ahora la miro y sonrío. Es ella. Está a mi lado y duerme, o eso finge. Me doy cuenta de lo afortunado que soy de compartir la vida, y de esperar juntos que vengan los treinta.


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