Le tengo miedo a las noches, a apagar la luz y que vengan tus recuerdos a mi mente, a que ninguno de los malos momentos se presente, y me obligue a recordarte tal como eres.
A la sonrisa de niña pequeña, a la inocente sensualidad de una nínfula entrada en edad. Al tacto suave de tu piel, al despertar abrazados. Al disfraz que nos poníamos para evitar admitir que estábamos hechos pedazos, que éramos irreconstruibles. A los besos y abrazos que sólo fueron cuidados paliativos, dulces y mórficos, que nos llevaron hasta el punto omega.
Nos despedimos sin decir adiós, llorando por una segunda parte, cuando yo esté menos roto, cuando tú estés menos descosida, cuando queramos volver a vernos, cuando queramos cerrar la herida.
"Se llenan los sumideros de palabras, de promesas, de tequieros..." (Martín Romero).
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