martes, 24 de octubre de 2023

Capítulo I: Gladivs

"Regresa a casa caminando por campos de trigo dorados por el sol hispano. Pasos atrás le sigue su caballo, cargado con las armaduras ensangrentadas, con las espadas melladas y desgastadas, con el filo corroído por la sangre de los enemigos. 

Aún ondea a lo lejos el estandarte de Roma, con su águila dorada, las siglas del Senatus Populusque Romanus, el Senador y el Pueblo, la espada y el escudo. Quizás no sea el más ilustrado de los hombres, pero en él hay una palabra que caló hondo, "honor". 

Guarda cicatrices por todo el cuerpo, de filos, de flechas, que parece que sanan y se disipan conforme se aproxima a su hogar. Parece que sus pasos se vuelven más livianos, que es capaz de flotar por esas tierras fértiles, que el sol ya no le castiga sino que le acaricia. Mira al cielo, sonriendo, creyendo estar en un paraíso terrenal, y susurra en voz baja "gracias". 

Ha llegado ya casi al dintel de la puerta y se desploma, cayendo de rodillas, besando por momentos la tierra que pisa. Saborea el áspero polvo y la gravilla, la acidez "Deus, Patriam, Familia". 

Le da las gracias a los dioses, los antiguos o los nuevos, por haberle hecho volver sano y salvo. Su hogar, la misma tierra que le vio crecer. Los suyos, quienes y a quienes tuvo siempre en sus plegarias. Se siente afortunado por primera vez en mucho tiempo, algo en su interior se regocija: la paz ha llegado tras la guerra. Es una sensación extraña en la mente de un soldado de Roma. Como una utopía que se desarrolla en su subconsciente: No hay paz en la mente del que lucha. O quizás sí. Sí hasta que las fronteras vuelvan a ser atacadas. Puede que el muro de Britania, o la frontera este con el avance de los bárbaros.

Alza la vista, y mira a su mujer, Gaia. Le recibe con una sonrisa. Sus cabellos morenos ondulados ondean al viento, con un traje verde esmeralda de lino. Aún no se ha incorporado cuando ella se ha lanzado a su brazos. Le agarra de la sien con sus manos, sin importar las barbas de tres meses desaliñadas, ni el tono terrizo de su piel. 

- Ya estás aquí -le susurra al oído. Ya has llegado a tu hogar. 

Él se reconforta. Honor y gloria. Como dijeron los hoplitas "E tan, Epi tas". Y una lágrima brota de uno de sus ojos, sabiéndose un hombre completo: "Deus, Patriam, Familia" -dice mientras abraza a Gaia. 

Su respiración agitada va calmándose poco a poco, y mirando a los ojos de su esposa comienza a comprender el significado de su vida. Ella, Roma, Dios. Los tres motivos por los que vuelve a casa. Familia, Patria, Dios. Los tres pilares de su vida. Piensa, por un minuto, lo sencilla que es la vida. El sentido de su existencia, la espada de Roma, el escudo de Gaia, el peregrino que recorre los senderos de Dios. Toma aire, se siente libre, ahora no le tiene miedo a la muerte. 

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