Aún resuenan los estallidos de las granadas en mi cabeza,
las detonaciones de los disparos y el ruido metálico de los casquillos
golpeando contra el suelo. El olor a pólvora y la tierra volando por los aires
después de que algún obús explotara cerca. Y el sonido de las ametralladoras y
los gritos desgarrados, y al general Reasoning mandándome avanzar recio y firme
contra sus trincheras y el alambre de espino. Aún recuerdo cómo aquel metal
destrozaba mis ropas y rasgaba mi piel, y cómo se incrustaban en cada uno de
mis músculos haciéndome sangrar. Aún recuerdo cómo las balas atravesaban mi
cuerpo, una a una, y cómo se nublaba mi vista. Cómo hinqué las rodillas en el
suelo y mi peso cayó hacia atrás, quedándome sentado, esperando ejecución y
cómo caí hacia el lado desplomado hasta perder el conocimiento.
Pero no sentía nada. Sería por el Jagermaister.
Hasta que desperté en aquella cama, envuelto en telas
ensangrentadas y la enfermera me miraba, con dulzura inusitada para mí y me
susurró al oído:
"La guerra es un
amor entre dos bandos, el corazón y la razón, que jamás se extinguirá".
Después me besó los labios y salió de la habitación.
La guerra del amor... O cómo nuestro cerebro grita
"¡Para!" y nuestro corazón chilla "¡Avanza!". La apuesta
más alta, jugar a una carta, perderlo todo o ganarlo, esto casi nunca cambia.
Una aventura en pos de una ilusión mientras los fantasmas de
las acciones pasadas siguen tu rastro como una jauría de lobos hambrientos. Ser
el cazador o el cazado. El miedo al pasado, o al futuro.
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