Llueve. Me quedo mirando abstraído cómo cae el chaparrón y
cómo las gotas corretean por el cristal, persiguiéndose unas a otras,
fundiéndose en una más grande, arrastrando a todo a su paso.
Es curioso cómo la unión de dos gotas puede dibujar una
línea casi perfectamente recta en el cristal. En ese momento parece que nada
les puede detener y arrasan con todo hasta que llegan al borde del alféizar y
se suicidan.
Estos días los ves en casa, con el pijama puesto y bajo una
manta, riéndote de la gente que corre despavorida bajo la lluvia como si fuera
ácida. Hoy no es día de salir. No apetece. Hoy es el mejor día para pasar la
tarde amorrado a tu cintura, para pasar mis ratos muertos anclado a tu cadera,
para besarte y jugar sucio y lascivo, para agarrarte de la cabellera y morderte
el cuello, para follar como locos y, después de habernos corrido, dibujar
corazones en el vaho del cristal.
Como dos gotas de agua que se han encontrado y que llegarán
hasta su mar.
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