Una Alhambra bien fría, dos filetes de ternura con corazones
fritos de guarnición...
Antes era más de vino, pero algo me cambió. Quizás fuera mi
ansia por encontrar en algo la misma amargura que sentía por dentro y que me
hacía vomitar bilis en forma de versos y prosa. Quizás por eso también empecé a
escribir. Quizás por eso empecé a beber cerveza.
Recuerdo que era abril y recuerdo que hacía calor, también
recuerdo recordar momentos e imágenes, y aquel preciso momento en el que dejé
de ser el idiota de alguien, pero eso es otra historia.
Empecé con Estrella Levante o Cruzcampo, y los botellines de
Mahou en casa, pero no sabían ni parecidos a los de la barra del bar. Quizás
porque es allí donde empiezan las mejores historias. También probé la Yuste y
la Gordons, menudas hostias daban en la sesera, con dos tercios ibas como un
piojo. Y las clásicas, y las de nueva creación, y las regionales, la Gredos, la
Ébora..., las cervezas de autor, esas que dicen ser diferentes pero siguen
siendo igual que el resto. Y todas me gustaron.
Será por eso que comparo a las mujeres con las cervezas:
tienen manos frías y corazón caliente, cuando no las conoces bien amargan, si
las agarras de la tripa y del cuello mientras bebes de su boca, se calientan, y
si no tienes cuidado te pueden acabar dando dolor de cabeza.
Será por eso que es cerveza, en femenino, será por eso que
es ella.
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