...ha decidido seguir mis huellas ensangrentadas, hacer como si no hubiera pasado nada, llamar a mi puerta, donde colgaba mi esquela, y preguntar si aún vivía allí. No le importaron los nidos de cuervos, ni el alambre de espino, ni los campos de minas, tampoco la oscuridad perpetua, el olor a cerrado, ni las decenas de botellines de Mahou cinco estrellas tirados por el salón.
Abre la puerta y me encontra como otras tantas veces, en pantalón, frente al espejo, dudando sobre qué coño hacer con el pelo de mi barba.
Me abraza por detrás, por debajo de mis hombros hacia arriba, y coloca su cabeza detrás, quizás para cercionarse de que no haya ningún impulso eléctrico. Después asoma la cabeza y sobre mi hombro y me susurra al oído una de esas mentiras que tanto me gustaba oír: "Te he echado de menos".
Estallan en pompas verdes algunas de las mariposas vomitadas, otras, alicortadas, intenta trepar por el borde del lavabo, las menos, con un ala completa se suicidan intentando echar a volar. No hay mucho más que decir.
Una mano al cuello, la otra a las manos, y un beso mordido con rabia y lascivia, en los labios, mi mano bajando por tus senos, mi lengua rozando tu cuello. Te encorvas mientras te sigo recorriendo, el piercing de tu ombligo, un pellizco. Mi nueva habilidad de desabrochar tu falda con una mano, bajar la cremallera y palpar por dentro de tu tanga. Me miras a los ojos y exhalas. Sabes lo que va a pasar. Y no pestañeo. Índice y anular haciendo círculos por dentro, llamando a las puertas del cielo, antes de que se abran y salgan tus flujos. Otro beso, casi sádico, cuando se abre tu entrepierna, y tus ojos se cierran.
Caen al suelo las vergüenzas, la falda, los miedos, los insultos, mis pantalones, tu tanga, las veces que nos hicimos daño sin querer. Te apoyas en el lavabo, frente al espejo. Yo me agacho, tú te inclinas, y me dejas hacer esas cosas que tanto nos gustaban, lengua, dedos, cavidades corporales, saliva y flujos, gritos y temblores, casi mareos.
Después me incorporo, y te penetro, mis dedos a tu boca, la mano a tus caderas, tu culo hacia atrás. Empujas. Empujo. Nos miramos en el espejo, sin reconocernos pero sin parar, mi mano en tu pecho, con el sudor resbalando por cada centímetro cuadrado de nuestra piel de lobo, piernas abiertas, pezones duros, gemidos de placer, nombrar a Dios en las tres décimas de segundo anteriores a corrernos. Los temblores, la flojera de piernas, la paz inmensa de diez segundos al sentirnos vulnerables que desaparece cuando subes tu falda y yo decido seguir escrutando mi tez, pensando qué cojones hacer con mi barba.
"Acércate despacio y cómeme deprisa que me sobra todo menos tu piel" (La desbandada)