miércoles, 3 de enero de 2018

Incendios

Allí donde todos los que apoyábamos el codo nos sentíamos incompletos, donde mirábamos demasiadas veces el fondo del vaso de tubo o de pinta, donde el humo inundaba la escena creando una niebla densa. Allí donde ardíamos cada noche. Donde las cenizas de los recuerdos tiznaban el alma de negro y las pavesas de sentimientos revoloteaban entre los presentes buscando dónde pararse y a quién incendiar por dentro.

Allí mismo la encontré. Con la mirada vacía y el escote abierto, casi pidiendo que le abrieran el pecho y registraran en busca de un corazón que no sentía. La mano fría, las llamas en el interior.

Me miró casi con indiferencia, como otro loco más de los que frecuentábamos aquel tugurio. Dije tres tonterías. Sonrió. Fui a marcharme y me agarró la mano. Se acercó y me susurró al oído: 
- Incendiémonos esta noche, echemos un polvo y seamos mañana cenizas. 



Siento cómo me muerden el alma las fauces de la razón (Arri).

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