Sale del bar y suspira, mira a la luna mientras le da un trago a su gin tonic. Ha dejado la marca de sus labios en el borde de la copa, carmín rojo, del color más fuerte de las pasiones, del sexo más salvaje, de la sangre y los mordiscos en los besos, del polvo rápido frente al espejo del baño del bar, oscuro, donde permanezco sentado.
Vuelve a mirar a la luna, y se enciende un cigarrillo, se coloca las gafas. Exhala y vacía el humo de sus pulmones, echándolo hacia arriba, y se frota la frente buscando la respuesta a sus porqués. Y sin querer le vienen los recuerdos, escondidos detrás del perfume de un desconocido que pasa por detrás. Vuelve a mirar a la luna, y esta vez ésta le devuelve la mirada, acariciándole la cara, con la ternura del que sabe que no hay marcha atrás.
Mira su pitillo, intentando vislumbrar entre el humo un atisbo de futuro, un rescoldo rusiente de amor, una cara amiga, una follada con ternura, la delicadeza del sexo sucio sin tener que preocuparse por salir corriendo.
Fuma.
Y se le acercan buitres vendiendo humo y poesía. Lo mira y lo ignora. Se gira, dejando al descubierto su costado tatuado, intentando enmascarar las laceraciones de los amores yermos, de las promesas vacías, de los futuros plenos de incertidumbre, sin saber que la cicatriz más profunda y hermosa es la que lleva oculta. La que tiene miedo a mostrar, la que a nadie deja intentar recomponer, la que lleva en lo más fondo del alma.
Bebe mientras sigue preguntándose si volverá a encontrarse a sí misma...
... en las huellas que dejé llenas de sangre después de que me arrancara el corazón...
Yo tan roto y tú tan descosida....
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