Por las veces que nos quedamos a un palmo del triunfo y
acabamos fracasando. Por la sal en las heridas. Por los pasos sin rumbo y los
saltos hacia el abismo. Por la incertidumbre de los días, el correr de las
horas, el caminar de los minutos y los segundos reptando por el suelo. Por lo
que no verán tus ojos pero sí verán los míos. Por los dientes apretados y los
nudillos estrellándose una y otra vez contra la pared. Por las jaquecas y el
estrés. Por los gritos dados detrás de la almohada. Por las noches sin dormir,
las pesadillas recurrentes y la sensación de vértigo en cada amanecer. Por el
restallar del látigo de la realidad golpeando el alma, haciendo que saltaran
pedazos. Por las voluntades quebradas y por aquellas que aguantaron estoicas en
un mar de adversidades.
Ellas. Sólo ellas han visto todo lo que eres capaz de hacer.
Ignorar el dolor, seguir caminando, no desistir, empujar más fuerte, más lejos,
más alto…
Agarrarle de la garganta a la vida y susurrarle al oído: “Hoy mando
yo”.
"El mejor arquitecto de emociones sumido en la crisis del ladrillo" (Arri).
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