Nunca supe por qué. Si fueron las violáceas ojeras, amplias hasta media cara, los pelos rebeldes de una baba descuidada, el leve olor a perfume de imitación o las gotas de mi alma deshecha golpeando el suelo.
Se acercó como una esperanza vaga, de las que se transforman en brisa y de ésta, se transforma en huracán, en tormenta violenta. Me miró a los ojos y me dijo: “¿Qué pena te aterra marinero?”.
Rebosaba energía, brillo en los ojos, alegría en los labios. Olía a tierra mojada en verano, a los primeros rayos de sol despuntando el alba y tenía las formas de éstos cuando acarician las montañas.
“Estoy a un trago de hundirme en el abismo de tus ojos... para olvidarme de los demonios que habitan en mi alma, los mismos que me comen vivo desde dentro”.
Sonrió y me acarició la barba, dejando su mano en mi cara y sentí una paz inmensa, un escalofrío agradable. Me invitó a una copa, me besó la boca, y me tocó el pecho. “Ven a mi casa y duerme conmigo”.
Aquella noche no follamos, sólo hubo cuatro besos rezumando sexo contenido. Me recosté en su pecho, mientras me abrazaba y me besaba la frente y me atusaba el pelo, hasta que nuestros latidos se sincronizaron y me quedé dormido... y tras veinte lunas, mis demonios decidieron tomarse una noche libre.
Fuimos dos encerrrados en cuatro paredes,
una pregunta, tres palabras, ¿tú me quieres?
cero respuestas, una flor que muere,
diez noches llorando por ti que todavía me debes
(Sin H - Nostalgia y frío III).
No hay comentarios:
Publicar un comentario