Un coro de cuervos graznando al salir del portal mientras diluvia
dentro de mí y la horizontalidad reina. Un día plomizo para el alma aunque los
rayos de sol bañen mi tez. No sé si los pájaros ríen o cantan, o si entonan un
réquiem por mi alma, y yo, de manera extracorpórea veo la situación desde una
nube negando con la cabeza. La balanza se inclina, después de que todo lo bueno
se desparrame por el suelo ante los pasos de un monstruo interior.
Suenan gaitas, recitan canciones prohibidas, mientras envuelto
en sábanas blancas tomo posesión de un altar de madera. Dos monedas, una por
ojo, como antes en Atenas. El incendio de todo, la purificación, la pira donde
del polvo se unirá a las cenizas...
“...sigo siendo ese vagabundo incapaz de hacer feliz a lo que más quiere en el mundo” (Rapsusklei).
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