Después de follar y habernos corrido, en ese momento excelso
cuando los dos cuerpos caen desplomados en el colchón, mirando el techo y sin
saber muy bien qué decir, fue cuando me lo contó todo.
Me dijo que mis besos aún sabían amargos, que mis caricias
olían a ternura rancia y a punto de caducar, que la miraba sin pasión, que
mientras me la follaba a cuatro patas sonaba en mi pecho un paraíso de
fragmentos de un corazón roto, que las palabras anudadas a mi lengua le hacían
cosquillas en los labios mientras le comía el coño, que el sudor de mi pecho
supuraba desesperanza, que adoraba que le agarrara el cuello con rabia mientras
la masturbaba fuerte con dos dedos porque así veía el verdadero animal que
llevaba dentro, y que el sabor de mi semen le recordaba al final triste de una
película de DiCaprio.
También me dijo que ella sería capaz de cambiarlo, con una
sonrisa. Y yo le respondí, mientras jugueteaba con sus pechos turgentes:
- Mejor que sea con una mamada, porque como dijo Woody Allen: "El sexo sin amor es una experiencia
vacía. Pero como experiencia vacía es una de las mejores que he probado" .
Después la besé, y a la abracé, hasta que se quedó dormida, y yo miraba el techo, sabiendo que a la mañana siguiente lo único que quedarían serían los condones
por el suelo, los flujos en las sábanas y las dudas esparcidas por todos y cada uno de los rincones de su habitación.
"Cada noche intentaba matar los latidos que llevaban su nombre sin conseguirlo..."
(Arri)
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