Hoy estaba sentado en la barandilla del puente de tirantes,
viendo atardecer a lo lejos, con los pies colgando sobre el abismo y la última
barra de la misma bajo mis hombros.
Me he sacado de los bolsillos un montón de recuerdos con
alas y lo que me quedaba de corazón con un grillete y una bola de hierro.
Los he lanzado al aire a la vez para ver qué pasaba. Los
recuerdos volaron alto y el corazón fue directo al fondo del río.
Pero, inexplicablemente, todos los recuerdos han bajado en
picado hacia el corazón, y no le han dejado que se hundiera en el agua.
Después, han venido a mí, y me han entregado el corazón, no
sin antes exigirme una hoja de reclamaciones y abrir diligencias por una
tentativa de delito imprudente junto con una misiva:
eres lo que eres gracias a
nosotros, y no sabemos vivir los unos sin el otro.
"Algún día, el corazón dejará de supurar palabras
sueltas e interrogantes malditos..."
(Arri).
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