Mis pensamientos llevan alas y luces de colores, como una
feria ambulante, y son los que se cimbrean alegres cuando cae el sol y me meto
en la cama. Son los que agitan mi calma, como la sirena de los coches de
choque, con la bocina que indica que tu turno ha acabado y que comienza el del
siguiente.
Las noches se hacen largas, y veo el despertador avanzando
como una apisonadora, aplastando sin compasión los segundos y los minutos. Esos
que querría perder y encontrarme al amanecer y gastarlos en cosas útiles.
O derrocharlos en leer un libro de poesía, dando un paseo al
sol o masturbándome de forma indigna. Quién sabe en qué cojones gastaría mi
tiempo.
Quizás mirara una vela, con la habitación a oscuras
consumirse lentamente mientras escucho una canción antigua de Extremoduro, o
quizás me metiera en la bañera rodeado de ellas, porque con poca luz, todos
somos más guapos, menos tímidos y más sexuales.
Pintaría las palabras que llevan, sin ellas saberlo, todo el
tormento que acompaña a los poetas, ése que se traviste de ser pasional, de
corazón henchido, de Cupido, de tequieros y teolvidos.
O quizás, quién sabe, exploraría tu cuerpo, si me dejaras,
descubriendo cada uno de sus rincones, buscando tus cosquillas, quedándome a
dormir una noche diferente, en cada uno de tus lugares.
Pero mañana despertaré, sin saber tu nombre, sin saber si
existes, sin velas, sin tiempo, sin libro de poesía, sólo escuchando una balada
triste de Extemoduro...
"He visto mis miedos más profundos en el remolino que se forma soplando los posos del café"
(Arri)
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