Fue bastante extraño, como acabar de conocer a una persona
con la que llevas hablando cinco minutos y tener la sensación de conocerla de
toda la vida. Serán casualidades. O el destino. O la astrología, con la
alineación de Venus y Marte o la explosión de alguna estrella.
O quizás no fuese una estrella, fuesen las cinco que
llevaban los tercios de cerveza. Como una certeza inaudita que el viento grita
a pleno pulmón. Como la necesidad de dos animales en celo que necesitan calor
para pasar el invierno. Como la misma esperanza que llevaban buscando desde
hacía ya varias lunas y muchos lunes.
Se estaban despidiento en la puerta de aquel bar con un abrazo, las manos entrelazadas y kilos de complicidad en la mirada:
- Me tengo que ir, es tarde ya.
- Quizás te conviertas en calabaza en cinco minutos - dijo
él sonriendo.
- Es posible. Entonces tendrás que elegir entre un beso o un
zapato.
- Me quedo con el zapato.
- ¿No quieres el beso?
- No es que no lo quiera, es que así tendré que verte mañana
de nuevo.
Ella se abrazó a su cuello y le besó.
- Apunta mi número y llámame mañana.
No se habían dado cuenta, pero en la barra de aquel bar
estaba yo, el cabrón de Cupido, con mis rizos y mi arco, dispuesto a disparar otra vez al
corazón, sin compasión ni remordimientos.
"La vida está llena de bonitas casualidades..."
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