Porque el mayor arma de destrucción masiva fue el amor.
Hay besos envenenados y cortados, como la droga,
adictivos y placenteros.
Caricias que explotan en el vis a vis de una piel sobre
otra, como bombas racimo, y dejan surcos y heridas abiertas como el napalm.
Miradas que se clavan como estacas, más hondas de lo que el
príncipe Vlad jamás fue capaz de injertar.
Recuerdos travestidos de fantasmas, con yugos y cadenas,
que arrastran la pena del ayer.
Sonrisas certeras que adosan a su ser
cinturones explosivos que harán estallar matando las ilusiones y los planes de
futuro.
Olores que se impregnan en el alma y que te transportan, sin quererlo, a otro espacio y otro tiempo.
Y el sabor de los flujos en la boca, la textura de los pezones duros y de los besos con lengua.
Y las tres palabras de destrucción masiva que nunca
acabarás de entender:
"Tenemos que hablar".
"Cuando la luna me acune...
... cuando se acabe este lunes".
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