miércoles, 16 de marzo de 2016

Atómica

Porque el mayor arma de destrucción masiva fue el amor.

Hay besos envenenados y cortados, como la droga, adictivos y placenteros.
Caricias que explotan en el vis a vis de una piel sobre otra, como bombas racimo, y dejan surcos y heridas abiertas como el napalm.
Miradas que se clavan como estacas, más hondas de lo que el príncipe Vlad jamás fue capaz de injertar.
Recuerdos travestidos de fantasmas, con yugos y cadenas, que arrastran la pena del ayer. 

Sonrisas certeras que adosan a su ser cinturones explosivos que harán estallar matando las ilusiones y los planes de futuro.
Olores que se impregnan en el alma y que te transportan, sin quererlo, a otro espacio y otro tiempo.
Y el sabor de los flujos en la boca, la textura de los pezones duros y de los besos con lengua. 


Y las tres palabras de destrucción masiva que nunca acabarás de entender:

"Tenemos que hablar". 


"Cuando la luna me acune... 
... cuando se acabe este lunes".

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