Él extendió su mano y le entregó lo que quedaba de su corazón: ennegrecido por fuera, abrasado por las llamas de las pasiones pasadas, carcomido por dentro, por el veneno ácido del amor, roído por fuera, de los mordiscos incesantes de las ratas que lo devoraron cuando él lo tiró a la basura.
- No tengo nada más que poderte ofrecer, sólo los restos que la vida dejó de mí, los hechos que el viento dejó después de arrastrar las palabras, y la seguridad que estaré ahí para combatir tus desvelos con caricias y besos.
Ella contemplaba atónita. Quizás el caviar y el champán le gustaban demasiado...
"Soy fui un formidable imprevisto..."
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