lunes, 1 de noviembre de 2021

Otoño

Un paso atrás para coger impulso, un salto al vacío, la sensación de ingravidez y la aceleración de camino al suelo. Todos esos pensamientos que pasan por tu cabeza conforme la velocidad aumenta, recordarlos y abrazarlos, y, sin embargo, no tener miedo al impacto. Es más, sonreír y pegar los brazos al costado, girar el cuello hacia abajo y caer en picado, sin pestañear, sintiendo el viento en el pelo, apretando los dientes y los puños. Y justo antes de impactar contra el firme, despertar. 

Casi sin alterarme. Sin sobresaltos. Como el que acepta la muerte como parte de la vida, la derrota como consecuencia del juego, los fracasos como una reminiscencia de las veces que se gana. Miro al techo. Con las sombras que dibujan las dos velas que mantengo encendidas. Pienso en que llegué al punto en el que prácticamente nada me produce miedo, y sin embargo, algo inquieta mis vísceras, algo que mi instinto no sabe identificar con nada concreto, quizás sea la incertidumbre vital. O quizás, sea la extraña sensación haber recuperado la capacidad para volver a tener ilusión.


"Si te mantienes en silencio mirándome a los ojos serás capaz de escuchar los latidos de un corazón de piedra" (Arri).


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