lunes, 29 de noviembre de 2021

Darwin

Se dibujan sombras monstruosas frente al armario de esta habitación, surgen de la nada, creadas de una llamarada de cera y parafina, proyectando la realidad de los seres a los que golpea la luz. Entre dos luces, nos miramos e involucionamos, dando rienda suelta los instintos más primarios, demostrando que Darwin no se equivocaba. 

Y así es como los besos se lanzan y se muerden casi en el aire, como si de una fiera hambrienta se tratara. Ávidos del otro ser, del que tienes frente a frente, de recorrer cada centímetro de nuestros cuerpos, haciendo que las uñas se vuelvan garras y sentir cómo se rasga mi piel mientras mis dedos oscultan cada uno de tus recovecos. Gruñidos. Sonidos casi primitivos. El placer intenso de morderte el labio y sentir cómo tus fluidos impregnan mi mano, antes de hacer que tus piernas estrangulen mi cuello cuando mi lengua recorra tu sexo mientras tu mano me tira del pelo, debatiéndose entre continuar con el placer o llegar al orgasmo. 

Quizás no sea la declaración de amor más bonita del mundo que puedan hacerte, pero será la más real: Ser capaz de follar como animales y quedarse dormidos abrazados, frente a frente, sin querer separarse el uno del otro.


 
"Podrías escribir tu nombre sobre el cemento fresco del palacio que estoy construyéndome por dentro" (Arri).

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