Es difícil de explicar. No es una cuestión de valentía o audacia, o una temeridad desmedida. Puede que en algún momento de mi vida pudiera identificarlo como un manifiesto desprecio a la estabilidad emocional, pero no hoy, no ahora, no con ella. He pensado en intentar explicarlo todos con palabras, desde la distancia de las horas, desde la soledad de un escritorio, cuando las emociones se han apaciguado, cuando la sangre ha desinflado cuerpos cavernosos y ha retornado al encéfalo. Y, creo, que por primera vez, no soy capaz de describirlo.
Podría leerme el diccionario de la RAE entero, y con todas esas palabras, no sería posible escribir cuatro líneas y que me comprendierais. Probablemente, ni tan siquiera una. Y si yo pudiera, dudo mucho que lograrais entenderlo. Por eso, creo que esta vez me quedaré mudo. No intentaré describir nada, ni perder mi tiempo en explicar algo que tan sólo los más románticos sean aptos de descifrar.
La sensación de estar mirándola a los ojos mientras follábamos a la luz de una vela.
"Pasó de ser la razón de mis desvelos al motivo de mis sueños más tranquilos" (Arri).
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