Ella le miraba mientras conducía, se mordía el labio, se
notaba empapada, se abría de piernas mientras clavaba su pupila en su perfil.
Él la miraba y sonreía, con la mano en la palanca de cambios. Ella la puso
encima y sonrió, y se desabrochó el botón del pantalón, se bajó la bragueta, y
le guió.
Posó su mano sobre su sexo, mientras él notaba cómo se empapaba por
dentro. Palpaba con inexactitud, mientras ella exhalaba fuerte y cerraba los
ojos, agarraba fuerte su mano contra sí. Quería más y ahora.
El coche se detuvo, tirando del freno de mano. Los
cinturones saltaron como un resorte y se empezaron a besar. Agarrándose de la
cabeza, destapando la pasión velada, atrapada durante los kilómetros de
carretera.
Ella agarró por encima su miembro, y después le arrancó el
botón de un tirón. Quería sentirlo suyo. Lo agarró con una mano y se reclinó.
Pudo notar cómo la sangre bombeaba aún cuando se lo metió en la boca y cómo él
aceleraba su respiración por el placer.
Él le bajó el pantalón, y empezó a masturbarla con un dedo.
Podía notar cómo los flujos corrían por dentro. Le agarró por el pelo, parando
la felación y le susurró al oído "Quiero follarte ya". Ella le miró y
le besó. Sonreía entre dos luces bajándose los pantalones y las braguitas.
Se subió encima a horcajadas, y le besó con la sonrisa
pícara de adolescente mientras agarraba su polla erecta y se la metía dentro.
Le besó mientras le penetraba y empezaban a bailar un vals. El de los locos. El
del sexo de quince minutos en un coche con un desconocido. El del riesgo y el
placer. El de los gemidos. El de sentirse cerca, muy cerca, tan cerca que
podrían acabar ardiendo, envueltos en llamas, o ahogados en sus propios flujos.
Un mordisco en el hombro, un beso en el cuello, un bocado en
el lóbulo de la oreja y la perversión de sentir la respiración agitada del otro
cerca de sí. Un placer inigualable y un orgasmo incontenido. El semen brotando
y sus flujos adornándolo todo. El olor a sudor y a sexo sucio y apresurado.
Y después, quedarse, durante unos segundos pegados,
reposando un cuerpo sobre el otro, pensando si podrían acostumbrarse a esa
sensación a diario.
"Lo único que faltó por correrse, fue el tiempo..." (Arri)