Ese punto en el que te quedas absorto mirando la nada, sentado y sudoroso, sintiendo tus propios pensamientos sobrevolarte como buitres, con la mirada vaciándose por momentos y el heavy metal sonando a todo volumen en los auriculares. El momento en el que miras al suelo, o al reloj, pero nunca al espejo, como una muestra de estoicismo. En ese instante, sentí cómo se clavaban dos ojos en mi sien. Subí la vista y apartaste la mirada, casi con vergüenza, haciendo con que mirabas el móvil, pero tú me mirabas y yo te vi y te miré. No dijimos nada. Empezaste otra serie antes de que el moscardón de turno llegara a darte explicaciones de cómo hacer el preacher curl, que no te convencieron para nada. Intuí dulzura, pero no me quedé a verla ni a asegurarme de si existía.
Y aquella noche cené hígado, porque de lo que se come se cría y de tripas corazón.
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