jueves, 12 de agosto de 2021

Lechowski

Ella era la soga colgando en mi patíbulo, meciéndose suavemente con el aire en las primeras luces del alba. La resaca de las últimas noches, el sabor a whisky con redbull, esa puta bomba de relojería que haría latir hasta al corazón de un muerto, un chupito de absenta y la quemazón en el pecho. Era el olor a petricor en una noche de verano, una brisa cálida en el mes de octubre, el olor a bizcocho recién hecho, una nana de cuna, el llanto de un bebé, el silencio de un difunto, unas rosas floreciendo en febrero. La canción que tarareas casi sin darte cuenta, un boleto premiado que no te saca de pobre pero te hace sonreír. La voluntad de sobrevivir del suicida, las ganas de morir por algo, la presencia que hacía el aire denso.

Ella era todo lo que cantaba Lechowski, todo lo que duele inspira. 

Y mientras tanto, yo estoy en esta cornisa, mirando al infinito, haciendo equilibrio sobre un pie y dudando si tirarme de cabeza al mar de sus ojos o salir corriendo en dirección contraria. Las interrogantes que desfilan por mi espina dorsal como una procesión de orugas que acaban incrustándose en lo más profundo de mi cerebro. 



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