[En el corazón de un hombre hay una lucha constante entre dos lobos: uno blanco y uno negro. La luz y la oscuridad. El bien y el mal].
Pasear por San Blas, como un madrileño más, intentando no escuchar ni uno solo de mis pensamientos, con los cascos puestos, absorto, concentrado en la música. Suena Ibiza de Juancho y Recycled J. Casi dan ganas de bailar. Detenerse en una terraza, yo solo, ensimismado, intentando reconectar con mi paz interior. Sentarme en una mesa y pedir una Grimbergen.
- Deberías haber pedido otra cosa.
- ¡Oh! ¡Vamos Lucifer, déjalo tranquilo!
Y otra vez esas apariciones. Ahora me estaba tomando una cerveza con Morgan Freeman, vestido de un blanco impoluto, y con Tom Ellis, de riguroso negro de corte italiano. Me bebí media cerveza de un trago, observando cómo el mundo fuera se había quedado paralizado.
- Te preguntarás quiénes somos y por qué estamos aquí.
- Creo que me lo puedo imaginar -contesté.
- Somos las manifestaciones más familiares que tienes de Dios y de Lucifer, por eso hemos tomado esta forma, para que te sientas cómodo -dijo Morgan.
- ¿Y no hay otro ningún ser humano al que tengáis que visitar...? -respondí con resignación.
- Verás -dijo Tom- Es sencillo de comprender, lo que está en juego es tu alma, y la tuya no es como la del resto de los mortales. Hay algo en ti. Hay una luz casi celestial dentro que no entendemos por qué has sido capaz de desarrollarla, de ahí que te hayan visitado tanto arcángeles como demonios. La decisión y tu manera final de actuar con el mundo decidirá hacia qué lado se inclinará la balanza y nosotros... bueno, podemos, darte una ayudita.
Les miré por encima de la espuma de la cerveza sin decir nada, con cara expectante.
- Pero... porque hay un pero -espeté.
- Pero todas las acciones que lleves a cabo, dejarán una huella en aquellos que intervengan, y eso, al final, decidirá qué almas van al cielo y al infierno -dijo Morgan.
- O sea, que me estáis diciendo que dependiendo de lo que yo haga, tendréis más o menos "personas" en uno de los dos sitios -respondí.
- En esencia, más o menos -dijo Tom.
- Lo que tienes que descubrir es realmente quién eres para decidir. Te he estado observando, eres un buen chico, no deberías dejar que el dolor te lleve a tomar malas decisiones -afirmó Morgan.
- ¡Por favor! Tienes todo el derecho del mundo a estar cabreado, a enfadarte y en querer mandarlos a todos a tomar por culo. ¡Basta ya de ser siempre el perdedor! Piensa en todo lo que has pasado, para nada, por culpa de todos esos egoístas -exclamó Tom.
- No dejes que esas malas experiencias guíen tu camino y decidan por ti, hijo -sentenció Morgan.
- Ellos podían escoger igual que tú, y escogieron, cegados por la arrogancia, eligieron lo mejor para ellos mismos sin tener en cuenta las consecuencias de sus actos. ¡Tú deberías hacer lo mismo! No importa lo que dijeron importa lo que hicieron. Y tú has sido lo suficientemente imbécil como para poner en sus manos tu vida -dijo Tom.
- Entonces deberías hacer autocrítica y saber que la culpa no es sólo suya -contestó Morgan-. También tú has tenido esa libertad y escogiste -dijo sonriendo-. Sin embargo, esa oscuridad que ahora mismo está corroyendo tu alma no es ajena, es propia. Raguel y Raziel te lo dijeron, intentaron que despertaras.
- Y sin embargo no los has conseguido, ¿crees que es culpa tuya no poder perdonarte a ti mismo por algo en lo que no has intervenido? -preguntó Tom-. No te puedes perdonar porque no tienes nada que perdonarte. Eres inocente.
- El mismo Diablo hablando de inocencia -murmuré.
Tomé otro trago de cerveza.
- ¿A dónde crees que te llevará actuar de una manera vengativa o egoísta? -preguntó Morgan-. Piensa en los demás, en cómo les afectarán las acciones que lleves a cabo, en el dolor que podrán experimentar, en que podrán volverse malvados...
- ¿Y por qué he de ser yo el que soporte las acciones de los demás y no los demás las mías? -interrogué.
- ¡Ves! Ese es el punto donde quería llegar yo -respondió Tom-. Ya has tenido que soportar bastante como para encima tener que seguir con la misma dinámica. Ya es hora de cambiar, de que pienses más en ti mismo y menos en los demás, de que busques por una vez en la vida tu beneficio propio. Sabes que te han utilizado, te han mentido, han jugado con tus ilusiones, y ¿ves...? ¡Oh! ¡Vaya! ¡No lo ves porque estás tan hecho polvo por dentro que no sabría decirte si aún sigues teniendo corazón! Te seguirán fallando. No digas que no te lo advertí.
- Los humanos siempre estáis en esa dinámica, el ojo por ojo, sin embargo hay algo diferente en ti -dijo Morgan-. Te han fallado muchas veces y sin embargo seguías con tu fe inamovible, hasta ahora. ¿Qué ha hecho que cambies...?
Suspiré y bebí lo que restaba. Tom se giró hacia Morgan y le miró con cara de incredulidad.
- ¿En serio? ¿En serio le estás diciendo eso..? Lo sabes perfectamente -dijo Tom-.
Morgan abrió los ojos y la boca con gesto de sorpresa, como si acabara de descubrir un diamante entre las rocas.
- ¡Oh! Fue por eso... -dijo bajando la mirada-. No tenía ni idea. Sí. No está nada bien lo que te hicieron pero eso no debe cambiar tu forma de ser. Eres luz, no dejes que la oscuridad te venza. Tienes la capacidad para sacar lo mejor de las personas que tienes a tu alrededor y eso lo perderás si abandonas ese camino. Recuerda toda esta conversación para la próxima vez...
- Qué próxi... -y como si de un flashback se tratase, volví a estar en aquella terraza, con la cerveza llena- ma vez. La botella había cambiado significativamente, había cambiado el color ocre del cristal por un rojo brillante, y el fénix del logo era de color azul eléctrico.
Un fénix. El símbolo de la inmortalidad y a la vez del dolor. El signo de todos aquellos seres que necesitan morir para volver a renacer. Envolverse en dolor y apagarse para resurgir de entre las propias cenizas con más fuerza y ganas. El encontrarse a uno mismo, golpeando la pared con los puños hasta que se astillen los huesos y la carne se muela. Odiarse primero, para ser capaz de quererte con todos los defectos y virtudes y ser capaz de querer al resto. Gritar y sacar la rabia de dentro, para encontrar un remanso de paz en el silencio, en el azul de tus ojos, en la serenidad de tus pechos. Latir fuerte e iracundo, desacompasado, y después hallar la calma en el impasse de dos latidos bradicárdicos.
Encontrarme a mí mismo, frente a frente, en el espejo, sabiendo de mi adicción a la autodestrucción y que llegues tú por detrás, sonriendo, me agarres de la cintura, me beses en los labios de puntillas, me abraces tan fuerte que se detenga el tiempo y me digas al oído las dos palabras más bonitas del universo: "Te quiero".
Sólo falta que aparezcas tú.