Despertar abrazado, cuando los primeros rayos de luz
empiezan a entrar por la ventana, dos minutos y medio antes de que suene el
despertador, con las sábanas a media cintura, porque es más barato vestirse con
otro cuerpo para quitarse el frío.
Y ese instante en el que el corazón se para anestesiado, sin
saber si quedarse agarrando aún más fuerte o salir de allí saltando por el
balcón, pero consciente de que tiene que decidir. Consciente de que un error
que se repite, no es tal, sino una forma de ser.
Y sonó el despertador, y se giró buscando mi cuerpo, y sólo
encontró los ronquidos de un jabalí, y el pelo duro, y el mal aliento, y aún
así, me besó.
"La condena de la libertad, o la libertad de ser esclavo de
los deseos" - (Arri)
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