Un gesto tan inocente como estar en el metro y agarrarte el
culo con las dos manos, y acercarme despacio por detrás para decirte al oído:
"Tengo unas ganas locas de follarte", provocará en ti un tremendo
escalofrío que recorrerá tu espalda entera y hará que se erice todos y cada uno
de los poros de tu piel.
Esas palabras que hacen que el corazón se desboque, que las
manos y piernas tiemblen, y que empieces a sudar. Todavía quedarán tres paradas
hasta casa, pero desearás que mis manos recorran tu cuerpo, aunque sea por
encima de la ropa.
Después me mirarás a los ojos y serás capaz de leer todas y
cada una de mis fantasías y perversiones, y me besarás, intentando que yo
traduzca las tuyas. Y volverás a besarme, por si no me quedaron claras, en el
ascensor, justo antes de subir a tu casa, donde te empotraré dentro y se
desatarán nuestros instintos más primitivos.
"El defecto de éste romántico pervertido fue querer
cumplir sus fantasías únicamente contigo..." (Arri)
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