Ella coleccionaba los corazones de todos los incautos que se atrevieron a amarla tan sólo una noche. Él era un animal de carga que aguantaba el mundo a sus espaldas como Atlas, intentando llenar su vacío buscando la paz en un cuerpo de mujer. Ella se encaprichó de él para dos ratos. Él sabía que su naturaleza no se debía contravenir. Ella le prometió no haber sentido algo tan intenso, y él quería volver a romperse el alma contra su cuerpo. Pero llegó inexorable, un día de agosto vestido de otoño, a cincelar sobre su pecho la más amarga e inesperada despedida.
Y desde aquel momento, la bestia se tatuó el dolor en el costado, como un precioso abismo al que asomarse, como un suelo de cristales sobre el que se ha de caminar descalzo, como un vestigio del pasado. Un recuerdo de aquel que amó, quizás demasiado fuerte o quizás demasiado pronto.
"Soy todo lo que ves y lo que quieras descubrir..." (Arri).
No hay comentarios:
Publicar un comentario