Hay veces que la tenaza se aprieta alrededor del dedo, la soga del cuello, la losa sobre el pecho. Pesan las piernas, cuesta respirar. Se entremezclan las emociones, la rabia, la tristeza, la ira, el desaliento, la angustia. Ese momento de gritar o de romper a llorar. El momento del crujido. Cuando notas que el corazón se resquebraja una vez más, como la hojarasca en otoño bajo tus pies o la escarcha de los charcos helados en pleno mes de enero.
- Pensaba que no podría romperse más -pero me equivocaba-.
Me ha vuelto a dar un brinco, un vuelco, un shock. Una descarga de trescientos watios o la hoja de una mariposa incrustándose en él. Mis sinapsis neuronales no lo han aguantado y casi colapso. Me he sumergido unas cuantas horas en un estado catatónico, casi vegetal, bloqueado, viendo la realidad en diferido y comprendiendo con retardo.
- Es tan corto el amor y tan largo el olvido -escribió Neruda-.
Y hacer un ejercicio de autoconvencimiento infructuoso para olvidar, porque pesan las horas, los días, las experiencias y la intensidad de la mismas. Hay una cicatriz que guardo con cariño y que beso todas las noches que lleva tu nombre.
"Aguanto, ¿sientes algo todavía? Le dije que la quería no que no la olvidaría...
[...] Los nobles aprenden a golpes, fuimos niños, seremos hombres...".
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