Encontrar la paz. Mirarse en el espejo y saberse totalmente sosegado. Respirar profundo con la tranquilidad de no deberle nada a nadie. Observar cómo las canas van abriéndose camino, casi impetuosamente, entre el cabello, las cejas y la barba y sonreír pensando:
- Me estaré haciendo mayor, pero, joder, ¡aún tengo mi punch!
Ver las ojeras o las arrugas como un signo de batalla, cercanas casi al estoicismo, y tras acariciarme la cara decirme:
- Cuántos quisieran... ¡y cuántas!
Y volver a sonreír sin motivo, reír a mandíbula rota, gritar a garganta partida. Que todo dé igual, importando absolutamente todo. Abrir los ojos y ver el mundo con unos ojos nuevos, con la ilusión de un niño y la experiencia de un adulto. Relativizar, darle valor a las cosas que realmente lo tienen, a esos pequeños hechos que nos llenan, una caña, un café, una conversación, un gracias, una sonrisa con un buenos días... Darle importancia a aquello que nos hace felices.
"Y el miedo hacía de un acto un acontecimiento igual que la altura convierte el agua en cemento" (Piezas)
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