jueves, 6 de octubre de 2016

Sobrevolando París

Acurrucado entre sábanas, entre luz de velas o en la más absoluta oscuridad, abrazado a un cojín fuerte y echando de más a los kilómetros que se interponían entre ambos. La distancia puede destruirte, o transformarse en una capa impenetrable de acero y hormigón, casi indestructible. Aún la sentía cerca. Aun sabiéndose solo.

Recordaba el tacto de dos cuerpos desnudos, el piel con piel, las manos agarradas, la respiración tranquila del poscoito y el calor. La sensación de sentirse invencible cuando ella le agarraba por detrás, cuando se recostaba en su pecho, cuando se abrazaban, la seguridad de estar ahí cuando le agarraba por detrás y le decía:


“Quédate conmigo cinco minutos más, quédate conmigo toda la eternidad…”.




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