lunes, 24 de octubre de 2016

Esperanto

Llamando a las puertas de mi propio corazón, he encontrado una nota en la que ponía que no volvería jamás, que estaba harto de tanta tontá, de tanto sufrimiento disimulado, de tanto egoísmo disfrazado, de las noches de insomnio y de las de duermevela, de los estúpidos latidos que se cuentan como ovejas, para matar el tiempo, para invocar, infructuosamente, el sueño, antes de que los primeros rayos del alba descubran tu cara sobre el espejo y te recuerden que sigues vivo, vivo, jodidamente vivo.

Tan vivo que las palabras se convierten en puñales, las miradas en bombas racimo, cada caricia se torna en el corte de un cuchillo y las sonrisas se mudan en silencios.

Silencios eternos, de esos que hacen tanto ruido que ahogan los gritos, los besos, los gemidos y hasta el sonido de la lluvia en los charcos, el mismo que disimula el tifón de pensamientos que bullen dentro de ti, el huracán de suspiros que acumulas y las trombas de lágrimas que empapan tu alma, calándote, hasta el hueso. 

"Llevo el otoño en la mirada, el verano en los pies y el invierno en la sonrisa... de la primavera, jamás se supo" (Arri). 


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