Aquella noche me quedé a dormir en sus ojos.
Le quité el precio a los besos, el miedo a las caricias y la
ropa a la vida. Se quedó en cueros delante de mí, abierta de piernas,
incitándome a recorrer con mis labios por última vez sus caderas. Vida se
acariciaba el pelo y me atraía hacia sí. Me besó tan fuerte que cortó mi
respiración, y agarrándome del cuello mientras me mordía el labio, me susurró
al oído:
“No importa quién vaya o quién venga, siempre estaré a tu
lado”.
Después me dejó respirar, y sin saber por qué, salí al
balcón a gritarle a la luna.
"Caras las noches que contamos las miradas,
y oscuros besos que parecen agujeros,
y un paladar herido a la mañana será eterno,
y la paciencia será el filo de un disfraz..."
(Ferrán)
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