Aún cantan, aunque el sol ya se ha ido, y únicamente se ven unos tímidos rayos de sol en el horizonte. Los colores malvas y anaranjados de su puesta, la luz cayendo, justo antes del luscofusco. Siguen cantando, no se acojonan con el ruido de mis pisadas, ni con mi respiración errante. Cantan, aún cuando se acerca el momento de batir sus alas, cuando se escucha de fondo el rugir del tractor del labriego.
Y yo, como él. Observa el plantío, ahora arrastrojado, repleto de terruños, semejante a los retales de mi alma. Agarra uno y lo aprieta fuertemente, como si de su corazón se tratara, viendo cómo se deshace entre sus manos. Con la mirada dura, el semblante serio, ceño fruncido y una mueca de amargura en la boca. Se atusa la barba de cuatro días de las comisuras de la boca y se rasca la frente sudorosa, preguntándose, si de esta tierra, ahora polvorienta, brotará un futuro mejor.
Aún cantan las chicharras. Y yo ya me he ido, con las manos colmadas del polvo de haber reducido mi propio corazón a cenizas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario