Una botella de Jack Daniels y dos vasos con hielo sobre una mesa cuadrada. Dos miradas que se mantienen, preguntándose, cada una, qué ocultan esos ojos que tienen enfrente. Dedos que repiquetean por la mesa, nerviosos. La botella se desprecinta, el licor se escancia, el aroma dulzón de Tennessee mientras se alza el vaso.
- Brindemos por esta noche, por el amor y el odio. ¡Salud!
El amargor detrás del primer trago y el sonido del whisky deslizándose por el cristal de nuevo.
Me miraba inquieta detrás de sus gafas de pasta, atusándose el pelo corto de vez en cuando. Esbozaba una sonrisa tímida y pícara a la vez, como la de las nínfulas adolescentes, a la vez que disparaba dardos envenenados en forma de preguntas sin retórica, directas al centro del pecho. Como una ruleta rusa jugada con cerbatanas, no puedo decir que saliera ileso, ni que los esquivara todos, sólo que con alguna de mis respuestas la hice reír. Hasta que llegó la pregunta incómoda y el punto de no retorno, cambió el semblante y carraspeó:
- Entonces, ¿qué es lo que buscas?
Titubeé mientras removía el hielo del vaso.
- Encontrarme a mí mismo...
Y se hizo un silencio incómodo y lleno de sentido.
- ... y recuperar la sonrisa y la alegría, y aprender a relativizar, y crecer, y explorar, y echar un polvo de los que hacen que se te encoja el alma y te tiemblen hasta las pestañas.
Ella sonrió y se ruborizó un poco. Le echó la culpa al whisky y soltó una carcajada. Se tapó media cara con una mano y agarró mi mano como por un acto reflejo, la apretó contra su cara y metió mi corazón en su boca lamiéndolo. Un instante de placer, la mirada traviesa, la libido irrumpiendo en la escena, y las llaves de casa a mano. No recuerdo si pagamos. Salimos corriendo, como quien huye de la muerte, entre risas de borrachos y mascarillas.
Y cuando la risa se apagó, nos miramos, detrás del azul quirúrgico. Sólo los ojos. Estirar la goma y descolgar el epi. Vernos por completo. Acariciar el rostro, casi como una acto sanatorio y dejar que nuestros labios se juntaran. Del beso tímido, al pasional, sus manos rebuscaban entre mi ropa, reptaban por dentro, palpaban cada centímetro de mi piel. Una de las mías sostenía su cabeza mientras la otra se deslizaba por su espalda hasta su culo, y lo apretaba. La sangre se alborota y entre resoplidos, nos tocamos, su mano en mi miembro, la mía escarbando, encontrando fluidos y la llave de sus gemidos, mientras me susurraba al oído "No pares".
(To be continued...)
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