No confundas la serenidad que pueda transmitirte a simple vista, no creas los aparentes remansos de paz que adornen mi rostro, ni la templanza de mi voz, ni el pulso firme, ni el paso decidido.
Por dentro llevo una guerra. Si miraras en mis ojos verías los horrores de Vietnam. Hay bombas, sonido de ametralladoras y de casquillos cayendo a suelo, huele a pólvora y a tierra mojada removida por la explosión de los morteros. Se oyen alaridos casi inhumanos a lo lejos, y el ruido de bombarderos dejando caer napalm arrasándolo todo, se divisa el humo, se rumia la tragedia.
Todos llevamos una máscara que disfraza quiénes somos de cara a los demás, una máscara que solo dejamos quitarnos a algunos, nuestros confesores laicos, los de la birra y los abrazos.
Mi guerra interna lleva tu nombre. Desenterrando hachas de guerra. Dudando entre escribir o dejar espacio. Entre respirar o desaparecer. Mientras esa presión comprime el pecho y anuda la garganta, atenazando las entrañas, estrangulándome con manos invisibles, carcomiendo mi cerebro, haciendo que poco a poco se vayan diluyendo las emociones tras cada sorbo de cerveza, que tenga que recordar con fotos cada momento que ese dolor ha ido destruyendo minuto a minuto.
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