Desandar caminos perdiendo el norte para volver a encontrarse a uno mismo. Sentir cómo el aire se vuelve denso y cuesta respirar y cómo una jauría de sentimientos te destroza por dentro. Cada uno tira de una víscera desgarrando y dejando girones las entrañas de mi ser. Como una tormenta que se alimenta de rabia interna y de pensamientos redundantes que devanan mi cerebro. Una tempestad sin freno, un camino que recorrer mientras silban balas y llueven hostias de realidad. El desasosiego entrando en mi ser por cada uno de mis poros, el insomnio y las ojeras, volver a memorizar cada centímetro de techo. Buscar explicaciones o sinsentidos.
"Quizás sea lo mejor". La frase es tan recurrente como manida. Como la sal en la herida. Escuece y sana a partes iguales. Con el tiempo cura, a veces deja cicatriz, a veces no, pero siempre queda el recuerdo del dolor de que estuvo ahí. Ha vuelto esa sensación. La conozco bien. No la quiero. Ni tampoco quiero “lo mejor”.
Surgen dudas y miedos. El dejà vú de estar de nuevo en el punto de partida una vez más y tener las ganas de levantarte gritando, lanzar la mesa hacia arriba junto con el tablero y los dados. Encolerizarse y no tener que dar explicaciones, aceptando la naturaleza humana como animal. O llegar al punto de la más profunda ataraxia y que te la sude absolutamente todo, celebrando, con una sonrisa, que sigues vivo. Me quedo con lo primero.
El todo o nada. Vivir muriendo o morir viviendo. La mueca siniestra de un final inesperado. Los cantos de sirena o de olvido.
“Lágrimas robadas que me engrasan las retinas,
Es muy duro darse cuenta que...” Versoix - Desorden.
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