Vivir de recuerdos o morir de olvidos. Hallarse en una encrucijada entre los senderos de la razón y del corazón, y verse abocado a tener que elegir, a saber que no se puede tener todo en esta vida. Escoger. Ser valiente o un kamikaze, tomar aire e impulso, cerrar los ojos, apretar los dientes y los puños... lanzarse al vacío.
Disfrutar de la caída mientras te despeñas por un agradable abismo. Un pozo sin fondo. Como dejarse caer en el interior del Agujero Azul de Dean. Sentir la paz cuando el viento cimbrea tu pelo. No querer abrir los ojos, ni darse cuenta de que la muerte está a sólo unos centímetros.
Centímetros. Los de tu piel siendo recorrida por mis dedos. Los de la distancia que nos separaban cada noche. Aquellos que nos permitían compartir el mismo aliento, y casi el mismo sueño, y los mismos temores. Centímetros que se han tornado en kilómetros con el tiempo y la distancia, y las cagadas, con las cosas no dichas y las gritadas.
Kilómetros que hacen que una ola de frío siberiano habite en mi pecho aunque fuera haya cuarenta grados a la sombra. Ahí dentro no hay cambio climático que valga, solo hielo y oscuridad, un cuartel de guerra en obras, destrozado con obuses de realidad, y silencio. Un silencio desolador como preludio al olor a sangre y a trozos de corazón esparcidos por el suelo.
Esta noche el vacío canta su serenata más dulce. La nuestra.
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