viernes, 1 de febrero de 2019

Locos


No sé si el dolor es síntoma o castigo, o simplemente el recuerdo de saber que sigues vivo, o al menos respirando. Porque no es lo mismo vivir que respirar, ni gustar que sentir, ni tampoco amar que querer.

Sí. Como una mosca buscando la luz tras el cristal. La obcecación encontrar lo imposible, el deseo de ser algo totalmente diferente y una ecuación periódica como resultado.

El tapón de fibrinógeno sufre roturas, la herida supura, saltan los puntos de sutura. Vuelve a latir el enjambre de abejas, y pican, y duelen e inflaman. Y vuelve a correr el veneno por las venas, o quizás la tinta y la aguja, o tal vez el que corra sea yo, con el horizonte por destino, con una maleta llena de las horas de sueño que le debo a mi cuerpo y un desorden mental y orgánico que hace que la hipertrofia ventricular se anule, y vengan vértigos y vómitos entre hierros.

Me dijeron que en estos tiempos que corren, nadie quería arriesgarse a luchar por algo, que era propio de los locos, que era más fácil buscar algo que funcionara solo y abandonarlo todo a la primera.

Y por idealista, o por cabezón, o por los callos de las manos,
sigo tatuando cicatrices, una a una, en el lado izquierdo de mi pecho,
donde dicen las meigas que si apoyas el oído escuchas,
de vez en cuando,
latir el corazón de un loco.

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"Y que cada día tenga que darle más la razón a mi tocayo, mientras tomamos una cerveza, y asiente con la cabeza cuando hablamos de la misma mierda cada día, porque aunque tres años nos separan, vemos la vida igual." 

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