Tengo un bote debajo de mi cama de esos en los que se guardan todas las cosas importantes. Tiene una tapa a rosca metálica, de latón descascarillado, rayado por el uso y el desuso, por el paso del tiempo y del viento, por la lluvia y las lágrimas, que se tornaron ácido al ir madurando. Tiene el vidrio pulido y ya casi está opaco, y unas muescas en forma hexagonal adornando su cuello. Quizás antes de contener todo lo que guardo dentro, tuviera miel dentro, o anacardos, o caramelos de café y anís.
En ese bote guardo todo lo bueno y lo malo. Corto tiras de papel finitas, y anoto las cosas que me pasan, intentando que, al menos haya cada día, dos cosas buenas por cada una mala. Son trozos de un disfraz, fragmentos de alma y corazón modelados en tinta y papel, con letra fea pero auténtica. Retazos de pasiones, fracasas y frustraciones, renglones torcidos de amores prohibidos, platónicos y casi irracionales. Escombros de decepciones, ruinas de deseos, de ganas de ser mejor persona o más cabrón egoísta, pedazos de esperanza por ver algo nuevo que comienza a crecer...
Y llegas tú, y en un abrir y cerrar de ojos, desenroscas la tapa, me dejas completamente desnudo delante de ti, y no sales corriendo aterrorizada. Me miras y sonríes y me das una caja de zapatos vieja, con las esquinas carcomidas. Intercambiamos miedos y alegrías, deseos y tristezas y quemamos en una hoguera todo aquello que fuimos mientras suena de fondo Revólver - Todo aquello que jamás seré.
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