De nuevo aquella barra, el Jack Daniels en el vaso con dos piedras de hielo, la mirada perdida, bajo las luces atenuadas, como la promesa que se hace después de un fracaso. Compartiendo mesa con el reflejo sobre un espejo, y hablándole y diciéndole todo aquello que jamás dije y que siempre quise gritar. Los impulsos más erráticos del corazón y más sinceros:
Como que tu ausencia pesa, que eres capaz de hacer que la distancia que nos separa sea imperceptible, que me falta el tiempo para abrazarte, que desprendes luz cada vez que sonríes, que te vistes de súper heroina cada vez que te enfundas el uniforme y también cuando te lo quitas, porque haces que las cosas sencillas sean tremendamente bonitas. Que eres como el sol y la lluvia en primavera, haciendo crecer todo lo que se rodea. Que te ves preciosa tras el cristal de las gafas, aunque te acompañen las ojeras violáceas y vistas pijama. Que me falta el tiempo par correr hacia tus brazos, los de mi persona favorita, allí donde encuentro refugio, allí donde puedo decir que estoy en mi hogar.
“Que mi hogar está tan lejos, como lo estés tú de mí...” (Gritando en Silencio).
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