lunes, 16 de octubre de 2017

Bécquer

El viento arrastró mi nombre y te lo susurró al oído.

Recordaste la primera vez que nos vimos, el primer polvo, el último beso, la caricia más tierna, mis manos lascivas entre tus piernas, mi lengua recorriendo cada uno de tus rincones, como aquellos que buscábamos para follar. Ninguno era malo. Ni nosotros tampoco.

La lluvia arrastró tu nombre y me empapó por dentro.

Empecé recordando lo vivido, llorando a la luna, aullando, como un lobo, o quizás como un jabalí herido. La pasión desmedida que brota a raudales, la saliva que cura las escaras, el sentido de los domingos por la tarde. Un paseo entre los árboles, penetrarte contra ellos, agarrarte del cuello y meterte un dedo en la boca.

La tormenta dobló nuestros nombres y los enterró en el olvido.

Y pasamos del somos al fuimos, cambiamos el cariño por el tío, nos miramos a los ojos sin reconocer lo que habíamos sido. Vimos cómo crecía un abismo entre nosotros mientras retrocedíamos, paso a paso, queriendo conservar la vida. Cobardes con un exceso de cordura. Asnos maniatados con amores baldíos.


No están hechos los tiempos modernos para hombres como tú, Gustavo, de desamor habrías muerto mil veces antes de llegar a los veinte. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario